Revalorizar los órganos del Estado

Rescatar el Órgano Legislativo es una aspiración todavía a largo plazo. Rescatarlo, sí, en independencia, iniciativa, producción propia, fiscalización y calidad. La perspectiva de los poderes del Estado no sólo es interna, sino también externa de cara al concierto internacional. Esta condición hace necesario que estos altos niveles se integren con los ciudadanos más idóneos y capacitados. Si el Estado al fin y al cabo es una abstracción, el Gobierno es corpóreo en sus órganos Legislativo, Ejecutivo, Judicial y los que pudieran haber más o menos caprichosamente. Su eficiencia es importante como la imagen que proyectan, no en vano en el exterior se elige a los mejores ciudadanos en los poderes del Estado.

El Legislativo o Parlamento ha venido perdiendo calidad desde que los políticos se han prestado al chantaje de los dirigentes de los sectores sociales: campesinos, cooperativistas, transportistas, gremiales, etc., ahora, naturalmente, por los originarios. Utilizaron la media verdad del apoyo que brindarán sus “bases” a las planchas correspondientes. Esta suerte de calculado oportunismo ha crecido notablemente y ha saturado con sus agentes al Órgano Legislativo, copando más de los dos tercios. El partido oficial soslayó que entre los diputados y senadores elegidos, no pocos habían servido a los partidos tradicionales y tenían impedimentos éticos. El modo de insertarse convenientemente en las listas oficialistas y también en las de la oposición, recurre a la infalible invocación de los “movimientos sociales”, creando un verdadero rompecabezas, en especial, al MAS, para satisfacer la porfiada y nutrida demanda.

En estas líneas no hay la menor intención de glorificar al Parlamento ni a los legisladores de la llamada “democracia pactada” ni aun a los de antes en la mediocridad y corruptela que los caracterizó. Lo que sucede ahora a nivel del Legislativo no es otra cosa que un corporativismo revestido de fachada democrática. Este fue el sistema parlamentario del fascismo, practicado por las naciones que adoptaron esa ideología en el Siglo XX, a través de las llamadas Cámaras Funcionales, integradas por todos los sectores vivos de la sociedad, no unilateralmente como al presente. Poco o nada se puede agregar para que el lector obtenga sus propias conclusiones.

Contribuye a la devaluación el cambio de nombre de Congreso Nacional por el de Asamblea, respondiendo en gran medida a la formación y estilo sindical del presidente Evo Morales. Las asambleas sindicales son tanto más exitosas cuanto mayor sea su concurrencia y cuanto más ruidosas tanto mejor. En ese clima pierde valor el contenido de las intervenciones y la radicalidad recoge los mayores aplausos y termina triunfando. No es raro entonces que el Órgano Legislativo se erija a imagen y semejanza de los ampliados de trabajadores y en definitiva se la visualice simplemente como una asamblea mayor. No se valora la calidad sino la cantidad. Lo importante es el número de brazos que se levanten o dejen de levantarse según las consigna del momento.

En contraste, todo el resto de países, cualquiera sea su orientación liberal, democrática, socialista, nacionalista, etc., cualifica la conformación de sus poderes públicos bajo determinadas formas de selección intelectual, trayectoria, especialidad, etc., honrando la responsabilidad que dimana del voto o de la delegación conferida.

Por supuesto, no se pretende que cual la antigua Grecia los gobernantes y legisladores sean sabios o filósofos, y menos aun que el Parlamento deje de integrarse por los sectores populares y originarios en la cantidad que corresponda. Nadie ignora que desde hace tiempo atrás existe un gran número de profesionales, mujeres y hombres valiosos de origen campesino o intercultural, quienes con solvencia y sin desclasamiento alguno, pueden satisfacer una representación idónea popular y originaria. Sin embargo, está visto que más pueden las presiones, el clientelismo, los compromisos y la falta de una visión constructiva que, en verdad, constituya el verdadero cambio.

Por la aproximación de la elección de octubre, se cuenta casi por decenas el número de partidos y organizaciones ciudadanas en afán electoralista, aunque la mayoría destinadas a la marginalidad. Se ha acostumbrado a la opinión pública contemplar la postulación de personas carentes de algún mérito que, con desfachatez, se lanzan al Ejecutivo o al Legislativo, mientras los partidos con desesperación recurran a gracejos, “artistas”, futbolistas y otros para captar votación. En circunstancias como éstas, no es novedad que todos sirven para todo y para cualquier cosa.