Juan Bautista Del C. Pabón Montiel
La Paz, cercana a las estrellas, se descuelga del universo en una nave de granito, con prohombres que hace milenios construyeron Tiwanaku. En la tierra de metal, rocas, cristales que brillan en el invierno, se gestó una de las más grandes sublevaciones contra la insolencia ibérica. España, conquistada en varias ocasiones, una de ellas por 800 años, aprendió las lecciones y conquistó América india, en una inicial aventura que premió con creces a la Corona de los Borbones.
Esa formidable fusión de razas engendró al mestizo, engrandecido por la sangre conquistadora e india. Pedro Domingo Murillo, altivo, insobornable y eterno conspirador por la Patria cautiva, solía desplazarse en las deshoras para ejercer su profesión de “papelista” (1), para crear conciencia periodística y romper las cadenas infames que aguantaron nuestros primitivos padres por más de 300 años. Es necesario mencionar que se cita a “un tal Carlos Tórrez, chulumañeño”, como un activo autor de los pasquines.
Entonces -a decir de Nacionalismo y Coloniaje- (2) nacía el periodismo mestizo, con un castellano enrevesado, pero eran comprensibles sus idearios. Las esquinas sin luces, con algunos faroles coloniales que comenzaban a morir para dar paso a una nueva era, eran propicias para la labor conspirativa del insigne caudillo de julio.
Un presbítero fue autor de la Proclama que rasgó las cortinas del silencio del continente, rompiendo la afrenta del conquistador. Era extremista el documento y radical su contenido, como lo eran sus ejecutores de teoría y acción: Apolinar Jaén, Juan Bautista Sagárnaga, Basilio Catacora, Mariano Graneros, Juan Antonio Figueroa, Buenaventura Bueno, Melchor Jiménez, Antonio de Castro y el presbítero Medina, que fueron el instrumento y el pueblo en armas para deponer a los realistas.
Confiaron en su fe cristiana católica, confiaron en los indios que fueron incluidos en el gobierno, por orden de Pedro Domingo; cargaron sobre sus hombros la gravísima responsabilidad de llevar a la Patrona Nuestra Señora del Carmen, para que ella guíe a los revolucionarios e ilumine a la Junta Tuitiva por los Derechos del Pueblo.
El movimiento tuvo éxito, depusieron al gobierno, quemaron los documentos; ardía la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, ya no sólo con las inquietudes, sino con un gobierno legítimo conquistado a sangre y fuego. La libertad ondeada al pie del Illimani y el cielo límpido y celeste de la urbe colonial festejaba la hazaña.
Después de la sorpresa, el obispo la Santa reagrupó las fuerzas realistas en la cálida Irupana; la traición se cernió sobre la revolución; fue estrangulada por su incomunicación con las grandes masas (3) y la misma urbe que no entendió el alzamiento murillano.
La libertad nació junto a un periodismo primitivo, que por sus limitaciones no terminó de cumplir su papel de comunicador del fenómeno histórico (4). Es parte de la historia y la interpretación de la revolución paceña.
Referencias:
(1) En el juicio que le iniciaron en 1805, Pedro Domingo Murillo, confesó que ejercía la profesión de “papelista”. Citado en “Nacionalismo y Coloniaje” de Carlos Montenegro.
(2) (3) (4) Nacionalismo y Coloniaje.
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