Una vez más, el modisto alemán Karl Lagerfeld le puso su sello de distinción al desfile de alta costura otoño-invierno en París, esta vez con su firma para Chanel.
Una fantástica fusión entre el barroco y lo moderno se fundió sobre la pasarela. ‘Es barroquismo en fusión con Le Corbusier,’ comentó Karl, explicando que su inspiración fueron imágenes de un departamento de 1930 diseñado por el arquitecto del Modernismo, Charles Édouard Jeanneret-Gris, quien estableció un espejo ovalado en oro sobre una pared de concreto en un edificio sobre los Champs Élysées.
En la colección se destaca el trabajo artesanal, a través de los delicados arabescos y brocados, así como los trabajados bordados de flores en relieve o las geometrías de pedrería.
La colección se mantuvo en el negro y en el blanco, acompasados con oros y platas, y pocos colores, como el rojo, el lila o el azul, pudieron acceder a esta reducida paleta cromática.
Las líneas rectas de los corpiños y las hombreras convivieron con las formas curvas, como las de las semicircunferencias que Lagerfeld encadenó en los bordes de algunas prendas.
Los abrigos, ajustados en la parte superior y en la cintura, se fueron ampliando en una superposición de efecto trampantojo con vestidos y pantalones cortos.
Los cuellos subieron rectos en una circunferencia abierta en el frente, mientras que los trajes de noche optaron por extensos escotes barco y por palabras de honor, a veces coronados por plumas.
La depuración de las prendas blancas, como el espacio en el que se celebró el desfile, cedió el protagonismo a los cortes y a los meditados bordados, mientras que el “tweed” se apoderó una vez más de un espectáculo en el que se mostró jaspeado, en retícula o deshilachado.
La novia de Chanel rememoró el pasado con un vestido de moderado volumen, decorado con una hilera de botones dorados y cubierto con una larga capa de brocados.
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