México siguió ayer con asombro el caso de un albergue para menores de la ciudad de Zamora intervenido por el Ejército y la Policía debido a los abusos que supuestamente sufrían los cerca de 500 niños y niñas allí recluidos en unas condiciones descritas por las autoridades como casi de esclavitud.
En el centro de todas las miradas se encuentra Rosa del Carmen Verduzco, la administradora y fundadora de La Gran Familia, este internado situado en Zamora (Michoacán), a unos 330 kilómetros de la capital, informó Efe.
“Mama Rosa”, el sobrenombre de la administradora de 79 años, que fue detenida el martes junto con ocho colaboradores, es acusada por la fiscalía de “privación ilegal de la libertad” de las 600 personas retenidas en el lugar, desde recién nacidos hasta hombres y mujeres de más de 40 años de edad.
Según la fiscalía, que intervino tras recibir “al menos 50 denuncias”, muchas de las víctimas “dormían en el piso (suelo), pedían limosnas y sufrían abusos sexuales en un espacio con “plagas” de “ratas” y “chinches”.
Lo más sorprendente es que el internado se presenta en su web como una institución que cuenta con escuelas primaria y secundaria aparentemente homologadas y con subsidios de entes oficiales de los distintos niveles del Estado mexicano.
También alardea de haber suscrito en 1999 un convenio con el que luego sería presidente del país, Vicente Fox (2000-2006), entonces gobernador del estado de Guanajuato.
“Más de 4.000 niños y niñas han vivido y salido” del albergue y la orquesta sinfónica del centro ha tocado en el Palacio de Bellas Artes y la Basílica de Guadalupe, en Ciudad de México, se jacta.
Todavía llama más la atención que al narrar la historia de la institución, el centro admite que Verduzco registraba como hijos suyos y con su apellido a huérfanos que llegaban hasta ella.
Según las denuncias recibidas por la Fiscalía, los bebés que llegaban a nacer allí dentro eran así inscritos, “sin permitir que los padres pudieran llevar alguna tutela de los menores argumentando que los dejaría ir al cumplir la mayoría de edad”.
Entre los niños que vivieron en la casa, ya adultos, hay opiniones de todo tipo, desde quienes califican su estancia como un verdadero infierno hasta quienes justifican y entienden una educación dura y llena de carencias.
“Tiene sus cosas buenas y sus cosas malas”, contó a Efe Víctor Román, quien estuvo once años internado y tiene mucho que agradecer a “Mamá Rosa” porque gracias a ella aprendió a tocar música, su actual forma de vida.
Este era el aprendizaje más valorado en la casa, ya que las bandas de niños después eran contratadas para fiestas particulares. “La jefa”, otro de sus motes, sí les pagaba, pero con vales que luego podían intercambiar por productos, dijo.
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