Menudencias
Se cumplieron los plazos del calendario electoral, el país está ya en carrera hacia el 12 de octubre y todo se resume en la rutina política que vive Bolivia desde siempre, a pesar de los tiempos de cambio de la propaganda oficial. La inscripción de las cinco candidaturas es más de lo mismo, como era previsible. Con los mismos actores, mañas y pobreza ideológica de siempre la expectativa de un resultado electoral capaz de cambiar el escenario futuro es mínima, Por mucho que se diga que el humor político de los bolivianos es imprevisible.
Conocidas las candidaturas, podría uno suponer que la lucha electoral será de todos contra uno. Oposición frente a oficialismo. Conocidos los candidatos, se podría también suponer que todos juegan a favor de ese uno. Y que ese uno, además de jugar en cancha, con reglamento y árbitro propios, tiene al frente fuerzas conformadas a su medida y según sus propias expectativas.
En esas condiciones, parece imposible que la final de octubre sea por el primer lugar. El caballo del corregidor no sólo corre con muchas ventajas que le otorga su propia acción y el disfrute pleno de todos los recursos del poder y sobre todo del Estado. Corre también con las ventajas que le otorgan -la historia dirá algún día si de manera consciente o no- sus rivales de turno. La experiencia reciente y el rol que jugaron muchos de ellos en la Constituyente, por ejemplo, tendría que ser aleccionadora.
En esas condiciones, la carrera electoral se reduce a una pelea por el segundo lugar. El problema es que la lucha por ese segundo lugar termine invalidando a futuro, y quién sabe hasta cuándo, todos los esfuerzos por preservar el sistema de alternancia política que constituye la esencia del sistema. Y de que por la vía del mismo sistema democrático, como ocurrió hasta ahora, en nuestro país se consolide también un proyecto de hegemonía total excluyente, autoritaria y con ansias de perpetuidad.
Dentro de parámetros y en términos simples, es difícil el análisis del porqué de esa situación sólo desde la óptica de los principios ideológicos o doctrinarios.
Desde el lado del oficialismo, es evidente que al “socialismo del Siglo XXI” que pregonaba hasta ahora el gobierno lo sustentan prácticas de capitalismo y neoliberalismo económico a ultranza, por necesidad de sobrevivencia y conveniencia, de las fuerzas sociales que lo sostienen. Es posible entender así, por ejemplo, el apoyo corporativo militante de cocaleros, cooperativistas mineros e incluso de algunos grupos empresariales, en franca contradicción con el discurso formal y de exportación de sus candidatos. Suponer que a alguno de esos grupos lo mueve el afán de lucha contra el imperialismo norteamericano, la preservación del medio ambiente o el respeto a la madre tierra es bastante ingenuo. Cuando se dice que se va a la izquierda pero se recorre el camino hacia la derecha, está nomas claro que el objetivo final no es llegar a la meta identificada con las banderas ideológicas que se enarbola. El objetivo es mantenerse en el poder, sólo por el poder mismo. La historia está plagada de ejemplos.
Alcanzar ese objetivo se allana si desde la oposición la lucha se limita a buscar un segundo lugar sólo por una cuestión de diferencias formalmente ideológicas. Es bastante absurdo porque bajo un régimen de hegemonía total como el que se pretende hoy, las minorías no interesan, cualesquiera que sean su signo y sus banderas porque no se las respeta y ni siquiera se las escucha.
Inscritas las candidaturas, podría muy bien argumentarse que conforman un escenario opositor que, desde las ideologías, refleja la realidad del espectro político boliviano. La derecha clásica y tradicional (encasillada sólo por la clasificación formal) tiene su representación definida con la candidatura de la Democracia Cristiana. La centro izquierda también, con el binomio de la Unidad Demócrata, al igual que la izquierda representada por el Movimiento sin Miedo y las naciones indígenas con el Partido Verde.
Desde el análisis del hombre de la calle, ¿a cuál de esas cuatro posiciones puede considerarse verdaderamente como oposición válida cuando la práctica del gobierno, que es la que sustenta su verdadero poder, se acomoda muy bien a cualquiera de ellas? Tal vez porque el oficialismo no es chicha ni limonada, sino interés y pragmatismo, al discurso opositor le resulta imposible encontrar una posición contraria, sólida y coherente. Pero ese es pecado de quienes lo promueven.
Cuando los principios ideológicos se reducen a discurso y a acomodarlos en función de necesidades u objetivos coyunturales, es irracional, desde el punto de vista de los intereses nacionales, atribuirle a ese factor la imposibilidad de pactos o alianzas para unir fuerzas. Un argumento de esa
naturaleza sólo tiene explicación lógica cuando los intereses personales priman, como ocurrió antes, generando discrepancias de forma más que de fondo, en el afán común de alcanzar un objetivo que es también común.
En ese escenario, el futuro más allá del dato cuantitativo del voto en octubre es previsible y, sobre todo, preocupante por la persistente miopía política y la ya crónica ausencia de liderazgos que, en definitiva, justificó las grandes movilizaciones de octubre el 2003.
La agenda política de entonces sigue vigente. Más claro aún cuando en las listas de candidatos a legislar existe también un alto nivel de exponentes de la prebenda, la ausencia total de ética, de principios y de compromiso partidario. Pena, por lo mucho que se perdió en el camino.
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