Nechi Dorado
El rugido del viento hacía pensar que algún demonio errante intentaba ingresar en la habitación descasca-rada, donde solos, una mujer y un gato color óxido, compartían las horas de cada día y cada noche.
El lugar parecía encubrir un extraño misterio, de hecho y con suerte aunque no se supo cómo, desde adentro de una ala-cena con puertas de madera despintada que colgaba de una bisagra apenas soste-nida de la punta por un clavo sobreviviente de una época que demostraba haber sido esplendorosa, aparecía algo capaz de saciar otro rugido: el de las tripas al chocar entre sí en el centro de las panzas del dúo devenido en espectro luego del derrumbe de la economía familiar.
Algún grupo de ángeles gastronómicos de una orden de caridad benéfica, oportu-namente camuflada como para permane-cer en la trinchera clandestina de la made-ra reseca, ponía al alcance de la mano de la mujer: paquetes de caldos vencidos, fideos exiliados de algún envoltorio toma-do por gorgojos, o unos terrones de harina endurecida, salpicada de hongos, donde finas telarañas parecían custodiar lo que hasta tiempo atrás fuera el polvo delicado del almidón. Las tiritas frágiles, hamacas de los parásitos, parecían haber formado un alambrado de seguridad.
La mujer de historia venida a menos se sentía condenada a padecer el castigo de Tántalo*. Ella y su gato, mimetizados uno en el otro, presenciaban desde la penum-bra el derrumbe de un pasado que alguna vez auguraba eternidad, gloria, triunfo.
“Vanitas vanitatum, et omnia vanitas”: ‘vanidad de vanidades y todo vanidad’, solía ser la consigna finamente trabajada por la mujer frente a pilas de billetes acu-mulados a costa de lo que fuere, durante sus años de vida útil.
El viento potenció su rugido, aquello parecido a un demonio avanzaba hacia la imagen en estado de descomposición ace-lerado. El gato arqueó el lomo, afiló sus uñas y lanzando un maullido que apagó la única luz de la sala, se preci-pitó hacia la calle perdiéndo-se en el buche oscuro de la noche impresionante.
La mujer, haciendo uso de una varilla rescatada del piso escribió sobre la superficie de una mesa antigua cubierta de polvo: “Tempus fugit, sicut nubes, quasi naves, velut umbra”. Él se escapa como las nubes, como las naves, como las sombras.
La frase obtuvo la fuerza de un rito de despedida, quedando la mujer tendida de panza sobre el piso opaco de la casona añosa.
Afuera calmó el viento mientras el demonio se alejaba silbando.
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* Por despertar la ira de los dioses, el grie-go Tántalo fue castigado a vivir rodeado de árboles frutales y de un río de aguas crista-linas; sin embargo, cuando se acercaba para comer de los árboles o a beber del río, éstos se alejaban de él, obligándolo a padecer hambre y sed para toda la eterni-dad. Comparativamente se aplica para mencionar a esos que a pesar de tener todo al alcance de su mano no pueden acceder a eso.
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