Hay hombres que con su nombre llenan una época de la historia por la importancia de las acciones que han realizado en beneficio de la humanidad; uno de ellos es, sin duda, Simón Bolívar. Militar de cien batallas y hombre de salón, reflexivo a momentos, impetuoso, en otros instantes; pensador y hombre de acción, seductor de mujeres e impulsor del nacimiento de varios países; aguerrido con la espada para señalar a sus ejércitos el camino de la victoria, y diestro con la pluma para redactar constituciones, proclamas y discursos, en los cuales su pensamiento fluye con la calma y sabiduría del organizador de sociedades; en fin, una persona que ha tenido el privilegio de vivir entre el olor de la pólvora y la sangre, cuanto ha respirado en la atmósfera del pensamiento.
Desde muy joven se le encendió el corazón con el fuego de un ideal: conseguir la libertad e independencia de su patria y la de cuantos así se lo pidieran, pues acudía a donde lo llamaran para pelear la batalla de la libertad humana; y la consiguió con denodado esfuerzo, venciendo mil dificultades y sinsabores, poniendo su vida en peligro de muerte. Como pocos en el mundo, pudo organizar sus tropas con desharrapados llaneros, convertirlos en disciplinada milicia y hacerles cruzar los Andes, al otro lado de Sudamérica, y con ellos conseguir la victoria.
Voy a tomar partes del discurso de la Angostura para referirme a una de las bases de su pensamiento político. Comienza con una declaración: “¡Dichoso el ciudadano que bajo el escudo de las armas de su mando ha convocado la soberanía nacional para que ejerza su voluntad absoluta!” Aquí está el guerrero, que acabada la batalla por la independencia, deja las armas a un lado, viste el traje civil y convoca a todos los ciudadanos a reunirse en asamblea soberana, para decidir por el sistema de gobierno que mejor les parezca. Es, pues, el ciudadano capaz de tomar las armas en determinado momento, y la persona consciente de que debe respetar la voluntad de todos.
Más adelante, Bolívar dice: “El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible, mayor suma de seguridad y mayor suma de estabilidad política”. De esta manera concibe al gobierno como el administrador del bien común, pues, por el voto recibido, está obligado a producir bienes sociales que vayan en beneficio de todos.
El libertador continúa: “las bases del gobierno republicano deben ser: la soberanía del pueblo, la división de los poderes, la libertad civil, la proscripción de la esclavitud, la abolición de la monarquía y los privilegios. Necesitamos la igualdad para refundir, digámoslo así, en todo, la especie de los hombres, las opiniones políticas y las costumbres públicas”.
Por lo tanto, la soberanía reside en el pueblo, y nadie, sea quien fuere, puede arrogarse ese poder, pues estaría anulando al pueblo en nombre de una persona y sus intereses; además, para evitar esa tentación, la democracia ha previsto, y Bolívar está consciente de ello, la división de poderes, para que cada uno de ellos: legislativo, ejecutivo y judicial, administre solamente una parte de los asuntos de ese país; no hacerlo es salirse del marco de la democracia, además de traicionar el pensamiento y la lucha de nuestros héroes.
En otra parte de esa alocución, dice: “uncido el pueblo americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio, no hemos podido adquirir ni saber ni poder, ni virtud. Discípulos de tan perniciosos maestros, las lecciones que hemos recibido y los ejemplos que hemos estudiado, son los más destructores. Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza, y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición. La esclavitud es la hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción: la ambición, la intriga abusan de su credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico y civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia.”
Palabras que aún no han perdido su actualidad.
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