Entre algunas iniciativas que ha anunciado la Vicepresidencia del Estado se encuentra la referida a la selección y edición de las 200 “obras fundamentales” nacionales, es decir los libros más importantes publicados durante los 200 años de la vida de Bolivia. Para realizar ese proyecto se organizó un comité editorial formado por intelectuales contemporáneos y se enunció que “Estos libros son imprescindibles, necesarios, obligatorios para que estén en la biblioteca de un estudiante, un profesional, un ciudadano boliviano”.
Dicho comité editorial recibió la misión de juntar las obras conocidas en nuestra literatura republicana y enseguida escoger los volúmenes que se constituirán en los textos de estudio de los ciudadanos, hasta convertirse en una especie de “libros de cabecera”, de lectura imprescindible para conocer los valores nacionales y guiarse por sus enseñanzas.
La iniciativa no deja de tener significación, pero los pasos siguientes son más importantes de lo que se puede considerar, pues la tarea de escoger los libros más valiosos producidos en nuestro medio requiere no sólo de conocimientos excepcionales, sino de un criterio singular que permita que esa literatura a ser seleccionada sirva para beneficiar, no perjudicar ni sólo esté destinada a satisfacer el sentido estético de los lectores.
En efecto, de nada valdría seleccionar y tomar en cuenta como “fundamentales” algunos textos bien editados en imprentas modernas, que tienen algunos valores literarios y gramaticales, que fueron elogiados por sus compañeros de partido, etc., si por otro lado, por su contenido esos libros sólo sirvieron para inspirar errores e ideas falsas que condujeron al país a las condiciones más lamentables que se pueda imaginar.
Mucho menos tendría significado que se desprecie u olvide libros que fueron sometidos a la conspiración del silencio, censurados por las castas reaccionarias, que no se les permitió circular y hasta fueron sometidos al fuego, etc. y, en esa forma, se los destierre o sepulte en las catacumbas del sectarismo. Así, sería condenable que invalorables textos que contribuyeron a sacar al país del abismo de la dependencia y del feudalismo, sean descartados y puestos de lado para volver al procedimiento de seguir manteniendo al país en el atraso, la dependencia o aferrándose a ideas populistas que quieren hacernos retroceder a la noche de los tiempos o saltar al vacío, como ha sugerido en cierto caso una alta autoridad.
De principio se puede observar que el aludido comité, por la diversidad de temáticas y autores, o bien no tendría el criterio uniforme para cumplir su tarea, o bien cada uno de los encargados de seleccionar las obras, marcharía por su propio lado, creándose finalmente un caos en el que cada quien tira por su lado, para producir, en el mejor de los casos, una abigarrada selección sin pies ni cabeza, como ocurrió en otras oportunidades.
En esa forma -si se diera el segundo caso- el trabajo final de la “Biblioteca del Segundo Centenario” se reducirá a escoger y reeditar libros, quizás de cierto valor literario, pero de contenido antinacional y antidemocrático. Es decir obras que, a su turno, inspiraron a los estudiantes, maestros, políticos, etc. a adoptar la mentalidad de hacer marchar hacia atrás las manecillas del reloj de la historia (en la misma forma que se impuso el nuevo reloj retrógrado de la Plaza Murillo), mostrar lo feo como bello, lo negativo como positivo, el atraso como progreso, etc., criterio colonial y feudal que anuló durante décadas el ansia de liberación nacional y democrática del pueblo boliviano.
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