Entre cartas, poemas y cuentos
Arturo Samuel Drew.
n el trono de Luis XV, la Dubarry reina en Francia,
y en sus manos juguetean con el cetro de París.
Que este siglo licencioso ha pospuesto la arrogancia
de aquel siglo aventurero de Artagnán y de Aramis.
Una noche, como todas, de esta corte de locura,
hay saraos y amoríos en las salas del Trianon:
esa joya arquitectónica que supera en hermosura
los palacios del amante de madame de Maintenon.
Los galanes empolvados llevan áureos espadines;
ellas muestran bajo el ruedo la puntita del chapín.
Lentamente, gravemente, una ronda de violines
toca un aire de pavana. Ya la danza llega al fin.
Escintilan las bujías de un espejo veneciano,
sus llamitas color oro, en el fondo azul turquí. . .
Dice el joven caballero, al besar la blanca mano:
–Esta noche, labios rojos y jocundos, diréis sí?
–No, mañana!, al inclinarse en un giro de pavana
dice ella, la marqueza de ojos verdes como el mar.
Y él: –Mañana será tarde, porque embárcome mañana.
Dice, y velan sus miradas ansias locas de llorar.
–Pero, en plácida sonrisa al instante muere el llanto.
Los violines aun más piano, ahora tocan un minué;
las llamitas, como estrellas, parpadean; y entretanto
de neurosis languidecen las camelias de un bouquet.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Nuevamente se encontraron el galán y la marquesa;
ella dijo brevemente: –Váis a un lejano país?
(Y su mano aristocrática en la de él sintiendo presa
continuó): Precisamente es mañana que partís?
–Sí, en la “Stella” sólo espero que las olas y que el viento sean propicios a la nave. . . voy al África. . . a Aboukir. . .
Y. . . no sé, tengo un sombrío y extraño presentimiento
que me dice que allá lejos, y sin vos, voy a morir. . .
–¡Bah!, morir (Y va siguiendo la lentísima cadencia
del minué). En nuestro siglo nadie muere de amor. . .
Se siguió una larga pausa; y al hacer la reverencia
ocultó medio inclinada su levísimo rubor.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Ya han callado los violines. Ya se han ido los danzantes.
En la sala, medio a oscuras, de tapices carmesí,
donde luces y camelias se han mirado agonizantes,
la marquesa, claudicante, dice a flor de labio: –Sí.
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