Largo, muy largo es el drama de 135 años que vivimos los bolivianos por causa de los gobiernos y del militarismo de Chile; un largo encierro, sin costas marítimas que implican ser pulmones y vías de comunicación de las naciones, encierro debido a la invasión chilena y posesión ilegítima de más de 120.000 kilómetros de rico territorio que, siendo el litoral boliviano nos permitía ser nación plena, país libre, soberano e independiente; costas que tuvimos desde mucho antes de la fundación de nuestra República.
Hoy, luego de múltiples tratativas, negociaciones diplomáticas, intenciones sanamente formuladas y, sobre todo, reconocimiento de la injusticia cometida por Chile, llegamos finalmente a la Corte Internacional de Justicia de La Haya con la esperanza de poder ventilarse un caso tan patético como el nuestro: nuestra reintegración marítima como reparación de una injusticia largamente sufrida y hecha drama en el diario vivir boliviano.
Los gobernantes chilenos -y mucho más sus fuerzas militares- jamás supusieron que Bolivia no renunciaría a sus derechos, que llegaría a los últimos ámbitos de justicia, equidad y conciencia de tribunales que puedan entendernos y mostrar caminos justos; nunca supusieron que se llegaría a La Haya en demanda no sólo de un fallo justo de reconocimiento de nuestros derechos sino de un fallo de conciencia chilena que se nos debe como país y como pueblo; un fallo, además, que limpie en alguna forma conciencias de quienes no aceptan reparación alguna y que se obcecan en posiciones de soberbia y petulancia, como lo hacen los gobernantes chilenos, muchas veces inclusive a costa de lo que piensan y sienten muchos diplomáticos, escritores conjuntamente parte del pueblo chileno.
Los gobernantes chilenos, cumplidores y seguidores de mandatos de sus fuerzas armadas, no cejarán en su posición, pese a ofertas de muchas ocasiones para “cederle a Bolivia una franja sobre el Pacífico” que, según algunos políticos chilenos, “sería lo único cedible”. Quienes mantienen posiciones duras contra Bolivia olvidan que el propio expresidente chileno, Domingo Santa María, a finales de 1879 -año de inicio de la Guerra del Pacífico- en carta de reconocimiento de la verdad dirigida a su ministro de guerra en campaña, Rafael Sotomayor, le dijo: “No olvidemos ni por un instante que no podemos ahogar a Bolivia. Privada de Antofagasta y de todo el litoral que antes poseía hasta el Loa, debemos proporcionarle por alguna parte un puerto suyo, una puerta de calle, que le permita entrar al interior sin zozobra, sin pedir venia. No podemos ni debemos matar a Bolivia”.
Frente a los hechos de no cejar por parte nuestra con los reclamos y haber acudido a la Corte de La Haya, gobernantes y militares chilenos nada conscientes de la historia y de lo que es justicia entre personas y pueblos, no aceptan que Bolivia quiera cerrar la herida abierta hace 135 años; no aceptan ningún tipo de justicia porque ellos, en su soberbia, creen tener derechos y razones para haber usurpado 120 mil kilómetros de costa boliviana, 400 mil kilómetros de territorios peruanos y, como corolario, haber expandido sus espacios geopolíticos hasta el Cabo de Hornos y a territorios de la Patagonia y de la Antártida con lo que llegó a contar con un territorio de 1.383.554,8 Km2, casi el doble de lo que originalmente tenía de 756.945 km2.
Hoy, frente a la posición y conducta ofensiva de Chile, en Bolivia sólo corresponde que el gobierno y el pueblo mantengamos posiciones serenas, con mucha altura, sin llegar a los terrenos que recorre Chile y que busca similar actitud nuestra, y, además, tengamos comprensión ante lo que seguramente ellos juzgan como un “espaldarazo” de la comunidad internacional tan sólo por haber acudido a La Haya; temen, lógicamente que se repita el fallo con el Perú, aunque se trata de dos cuestiones muy diferentes y que con el Perú llegaron de mutuo acuerdo a “respetar lo que haya resuelto La Haya”.
De todos modos, ese fallo debe pesar en la conciencia de quienes saben que en el pasado hubo apropiación, mediante latrocinio y fuerza de las armas, del rico territorio boliviano que hoy significa buena parte de la economía chilena; una posición, además, que con ignorancia de la historia, con prepotencia y arrogancia quiere demostrar el canciller chileno que Bolivia “no tiene razón” de reclamar lo que fue “Su mar” pero reconociendo con la afirmación de que ellos detentan lo que es de otro.
Frente a la situación, sólo cabe comprender la posición chilena y no bajar a los terrenos que ellos recorren porque Bolivia, con unidad absoluta entre gobernantes y gobernados en torno al magno problema, sabe lo que en conciencia le corresponde, conoce que, más temprano que tarde, será la propia comunidad internacional la que reconozca nuestros plenos derechos y, por cualquier medio, llegará el momento de nuestra reivindicación marítima mediante costas que nos abran las compuertas del mundo, pero con soberanía, tachonada de justicia, de solidaridad y de armonía entre los pueblos.
Serenos y comprensivos, conscientes de nuestros derechos y seguros de llegar a la conciencia chilena, podemos decir los bolivianos que nada ni nadie podrá determinar que olvidemos nuestros derechos y alcancemos condiciones de justicia y equidad; entretanto, con altura y comprensión veamos los acontecimientos, seguros de que gobernantes y militares chilenos no cejarán en la posición que, después de la guerra de conquista, expresara el diplomático chileno Abraham Köning, para reconocer y justificar la ocupación del litoral boliviano: “…nuestros derechos nacen de la victoria, la ley suprema de las naciones”. Expresiones que, en la forma y el fondo, imitan a cabalidad lo que sintieron e hicieron hordas salvajes que destruyeron y mataron a millones de seres humanos con tal de apoderarse de todo, así sea regando con sangre derechos y vidas de pueblos que conquistaron.
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