Su majestad el libro

El libro es estrella inextinguible de soles. El sol nos abrió la vida, encendiendo la luz perpetua de los tiempos. En las hojas de ébano del libro, estampó el humano la grandeza de su creación. El libro nos trasladó en las horas grandes a los paraísos desconocidos; allá donde el hombre no pudo poner y sellar su paso está el libro. En la soledad de los monasterios, en el solterío o en una celda es el compañero inigualable, sin pedir nada acompaña al hombre, llevándolo a dimensiones siderales jamás alcanzadas. El libro nos deja el sabor de un relato; la historia toma el estado presente, reviviéndonos los personajes que forjaron los actos y los hechos del género humano.

Desde la infancia el libro nos acompañó junto a las rosas que nunca mueren, pues están hilados y bordados con el genio sublime del escritor, del historiador, del novelista. La poesía en voz de sus bardos alcanza los cielos y navega a cien años luz, con esa imaginación celestial de un Stefan Sweig en la obra magistral: “Los Ojos del hermano Eterno”, relato en el que, para ser justo, se tiene primero que sentir el peso de la justicia en carne y piel, luego sentir la cadenas de la prisión para saber el peso de la sentencia. Juez que no sabe el dolor de las rejas, juez que no oye el bufar de los candados no debe administrar justicia sin haber pasado las catacumbas de las prisiones. Pocas palabras para la síntesis de un autor de libros que nos liberaron y liberan de las cadenas materiales que atan en la tierra.

Libro trabajado en papel Biblia; o escrito en papel sábana o escrito y publicado con harapos de los combatientes y sangre de los héroes, al estilo de “España en el Corazón”, publicado en los campos de la feroz Guerra Civil española, cuyo autor relata de esa manera la obra más extraña de la historia. Pablo Neruda en “Confieso que he vivido” cuenta cómo esa obra pervivió y aún pervive en los museos de repositorios de los testimonios de la inteligencia humana. Libro inmortal de alas propias, de vuelo raudo e imperecedero. Libro de plumaje magistral trabajado en pétalos de los perfumes que embriagan el saber y cincelan el racionalismo cartesiano.

Compañero fiel de aquellas horas que nunca quisieron caminar, el libro nos puso los pies para salir de las celdas, para abrigar la cuatro paredes confesándonos sus secretos, relatándonos las vidas de otros, los calvarios de los grandes y las libertades de los pequeños en las hojas que nunca sepultarán los bárbaros que quisieron o desean poner un grillete al pensamiento.

Libro mío, libros patrimonio nuestro de la sabiduría, testimonio de las hazañas, de las inmensidades y de las miserias. Gracias a tu inteligencia guardada con tinta y sudores de los obreros podemos salir de la ignorancia que ciega el entendimiento.

No puedo tutearlo, libro amado, porque Ud. nunca lo hizo; jamás fue un impertinente, sino un gentil señor que visitó y visita la vida recreándome los años viejos. ¡Señor!, caballero de las eras. Libro de páginas doradas, cual oro que orla la frente de ansiedades, cuánto lo extrañé en sus ausencias obligadas o por las negligencias de no llevarlo conmigo. Libro cortesano de los tiempos que visita Ud. a la cuna humilde o a la aristócrata que le sonríe teniéndolo por su guía y consejero.

Esta pequeña elegía al soberano de todos los tiempos, el libro, lo hacemos en las puertas de la Exposición del Libro, allá en la tierra natal. Que cada una de las personas visitantes se lleve un libro bajo el brazo y él, leal e ideal compañero, será la guía de la vida de las vidas: ¡la vida espiritual!

Final: ¡Libro maestro, que en su nave me llevó al país del ensueño!