Cuando se critica, hacerlo viendo los propios errores


 

Cuando se creía que los partidos de oposición concordarían en acuerdos con miras a las elecciones de octubre próximo, han surgido mayores divergencias entre ellos por falta total de unidad en los propósitos y las intenciones y, sobre todo, por creer que cada uno vale más que el otro.

La soberbia hecha petulancia siempre hizo daño al ser humano porque muchos de los problemas que hemos enfrentado como bolivianos se han debido exactamente a la presencia de poses soberbias en quienes poseían poder político, económico o social. Esta es una verdad que nadie puede discutir y ello, hay que reconocerlo, se debe generalmente a la carencia de educación y cultura, falta de sentido de unidad y armonía, carencia total de humildad y también por no existir condiciones para entender que el derecho del pueblo se debe sobreponer a los derechos partidarios.

Los políticos, en las actuales circunstancias, pasan los días criticando o mostrando yerros a sus congéneres, como si fuesen rivales, olvidando que hasta en las posiciones más controvertidas se reconoce el derecho a la crítica, especialmente cuando no se desciende a los terrenos del insulto o a mellar la dignidad de las personas o instituciones.

Las críticas que se ve en estos días carecen de una verdad: cada crítico del otro olvida que él también, al igual que el grupo político al que pertenece como militante, ha cometido errores en su vida y ha olvidado, en algún momento, capacidad para reconocer el derecho de los demás a cometerlos.

Si los partidos políticos no reconocen sus traspiés y los yerros cometidos en algún momento de su existencia, deben entender que no poseen la capacidad moral para criticar a los demás. Hay críticas duras, contrarias a la armonía constructiva. Hay posiciones en contra del Gobierno y su partido que llegan a extremos, olvidando que cuando se fue parte de algún gobierno, se ha cometido similares errores que hoy se critica.

Los terrenos que pisa la política partidista, sea de izquierda, centro o derecha, llevan huellas de serios yerros del pasado: descuido al mostrar los errores administrativos que cometían los gobiernos, cálculo inadecuado por creer que sólo su partido posee fórmulas o remedios para solucionar situaciones difíciles; egoísmo para sugerir medidas que el país requiere con urgencia y que, si resultaran positivas, no es lógico ni honesto guardarlas para cuando se llegue al Gobierno, si fuera el caso.

La crítica desmedida y hasta injusta no puede ni debe tener lugar en grupos que, en una u otra forma, conforman el mismo conjunto de contrarios o rivales a la fórmula oficialista que terciará en las elecciones. Muestran pésima imagen quienes recurren a mostrar lo que es y no en las personas con las que no están de acuerdo. Lo lógico sería concordar y convenir mediante el diálogo posiciones que concilien criterios, principios y programas para el futuro.

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