Un decreto promulgado recientemente por Luis Guillermo Solís Rivera, presidente de Costa Rica, con el nombre de “homenajes egocéntricos”, prohíbe que su nombre o retrato esté en las placas de puentes, carreteras o edificios que inaugure su gobierno, “porque las obras son del país y no de un gobierno en particular”, expresó.
Plausible y meritoria es la letra del decreto de aquel país, aunque en rigor de verdad la tradición no solamente se la aplica en oportunidad de la inauguración de obras, sino particularmente en las ominosas y funestas campañas electorales. Pero definitivamente esta transmisión publicitaria no nació en la región, sino que se la puede observar en figuras nefastas del siglo pasado, como Joseph Stalin, Adolf Hitler, Benito Mussolini, utilizadas asimismo por el despótico y opresivo Gobierno militar argentino (1976-77), por citar sólo algunos.
En 1977, por ejemplo, un spot publicitario presentaba un mapa de la Argentina con aspecto de chuleta angosta, a la cual se le iba sacando partes, a modo de mordeduras, aludiendo a que “la guerrilla trató de devorarnos”. Remataba ese spot con el slogan “Unámonos y no seremos bocado de la subversión”, propaganda que también se utilizó en la prensa oficial y avisos gráficos.
Hoy, en la medida en que la campaña electoral del Gobierno plurinacional ingresa a la recta final y se hace más reñida, los ánimos tienden a caldearse. Y la gente, lamentablemente tiende a confundir la polarización y la caricatura con la propaganda negra en el marco de la una virtual y perversa guerra sucia.
Pero el propósito de la campaña publicitaria es en definitiva lograr el control de todas las formas de comunicación, como ser: reuniones públicas, “cumbres” preparadas, folclore, música, radio, etc. -particularmente en la intimidación a la prensa independiente-. Los puntos de vista que de algún modo amenazan el “ideario” oficial, son automáticamente desvirtuados o “deshonrados”
Una cosa es que una campaña utilice las debilidades del contrincante y las difunda por todos los medios de comunicación, que es parte de una estrategia que para algunos puede resultar incómoda -ya que los escándalos en pleno auge de las campañas electorales no son algo inédito en esta contienda-, pero otra muy distinta es que se trate de difamar con mentiras e inmundicias la dignidad y el prestigio del adversario o distorsionar su mensaje , lo cual se transforma en propaganda negra, o peor aún, ingresa en el terreno de la guerra sucia.
Este tipo de hechos, para muchos como producto de campañas negras, busca generar giros de opinión ante las tendencias que inicialmente marcan las encuestas. No hay certeza clara sobre el resultado que se consiga al enlodar a un contrincante, o si el daño en la imagen ajena puede ser aprovechado como método de presión para propiciar su temprana derrota, algo que ha sucedido en elecciones de otros países de la región.
Sin embargo, es sorprendente apreciar lo poco que reacciona la población ante estas campañas publicitarias. Recordemos sin embargo el virtual rechazo de la población al nuevo nombre que el Gobierno intentó dar a un aeropuerto departamental, y a la colocación del busto del primer mandatario en el interior del Parlamento o al cambio de nombre de la Plaza Murillo.
No obstante lo anterior, el corolario exasperante es el costo que debe asumir el Estado en un tema ajeno a su competencia, como son los costos publicitarios a favor de la imagen de la campaña oficial, cuyas tarifas en el costo promedio de los diferentes medios, conforme a Erbol, ascienden por hora a $us 24.000. La Red ATB cobra el segundo $us 10,50 en su horario diurno dominical. Por seis horas de emisión $us 216.000.La Red Unitel cobra el segundo $us 8,50. Por seis horas de emisión de publicidad factura consecuentemente $us 183.600.
Lo señalado concluyentemente representa una virtual guerra injusta e inmoral en desmedro de las candidaturas opositoras aspirantes.
El autor es abogado.
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