Marruecos
Rabat.- “Quiero una mujer que no esté usada”. Puede sonar rudo, pero esta frase la firmaría una mayoría de marroquíes, que aspiran a casarse con una mujer soltera y virgen en una sociedad donde el himen es un certificado probatorio de castidad.
La virginidad es condición sine qua non para que cualquier mujer soltera árabe en general, y marroquí en particular, pueda acceder al matrimonio y probar así de que es una persona “de buenas costumbres”.
Ante esta situación, las mujeres “usadas”, que hayan tenido relaciones sexuales antes de casarse y que quieran “salvar” su futuro solo tienen una salida: la reconstrucción del himen.
En una clínica de ginecología cualquiera del centro de Rabat, una joven esperaba su turno y explicaba su problema: “Mi novio me exige un certificado de virginidad antes de casarnos”.
La joven quería someterse a una himenoplastia, nombre con que se conoce la operación de reconstrucción del himen para borrar las huellas de un pasado sexual.
La paciente compartía así en voz baja su historia con otra joven, Salima (nombre ficticio), quien había acudido a la clínica acompañada de otra amiga para someterse a la misma operación.
Hundida en la vergüenza, Salima ni siquiera podía contener el llanto, pese a que el médico la tranquilizaba recordándole que él tiene obligación de confidencialidad profesional y de que la operación le permitirá recuperar la parte de su cuerpo que había perdido.
Tuvo que ser la amiga la encargada de contar los detalles al ginecólogo: Salima tuvo una sola experiencia sexual que la dejó sin himen, y poco después el novio le dijo que se negaba a casarse con ella.
El ginecólogo de la historia es uno de tantos que practican la himenoplastia, pero no aparece citado por ser un tema altamente delicado y casi tabú.
El también ginecólogo marroquí Chafiq Chraibi, uno de los más abiertos a la hora de tratar la cuestión de la salud sexual en Marruecos, explicó a Efe que hay “una fuerte demanda” de las operaciones de reconstrucción del himen en Marruecos.
Chraibi no practica personalmente la himenoplastia, pues lamenta que la sociedad marroquí “reduzca la honestidad de una mujer a una membrana anatómica”.
Según Chraibi, existen tres tipos de himenoplastia: una permanente que consiste en una operación quirúrgica con el que se restaura o se crea una membrana de forma definitiva, y que puede costar hasta 7.000 dirhams (unos 650 euros).
La segunda operación es temporal, se debe realizar tres o cuatro días antes del matrimonio, y cuesta 3.000 dirhams (270 euros), mientras que la tercera, llamada “himen chino”, consiste en la colocación de una prótesis artificial que desprende un líquido parecido a la sangre al romperse, y solo cuesta 300 dirhams (27 euros).
El inconsciente colectivo marroquí condiciona la imagen de la mujer idónea que cualquier hombre marroquí exigirá para casarse: el himen es el indicador de que la mujer es casta y “sin experiencia”, lo que la hace respetable ante la sociedad.
Y de esta membrana no solo depende la reputación de la interesada sino también de su entorno cercano, pues en caso de “indebida” pérdida del himen se mancilla el honor y el orgullo de toda la familia.
A ojos de muchos marroquíes (de todas las clases sociales), una mujer sin himen es una persona “ligera”, “sin educación” y hasta una “prostituta” que no ha podido conservar lo “más precioso” que posee y que debe reservarse para el marido el día de la boda.
Las relaciones extramaritales en la sociedad marroquí no son únicamente reprobadas religiosa y socialmente, sino que también la ley las persigue: el artículo 490 del Código Penal castiga con una pena de hasta un año una relación extramarital entre dos adultos que no estén casados.
De hecho, la mujer que haya perdido su virginidad se enfrenta a una cruda realidad: ser marcada como mujer “manchada” u optar por la reconstrucción del virgo, que le permitirá salvar su honor y el de su familia, y no perder la oportunidad de tener un marido y formar un hogar.
Pero por muy extendida que esté la himenoplastia, es difícil encontrar a quien la defienda abiertamente.
“Esto es una traición y un acto de mala fe”, dice exaltado Hicham, jurista de 30 años de edad, quien admite que no puede confiar en una mujer que haya perdido su virginidad, aunque fuera accidentalmente.
Pese a lo que pueda decir Hicham, la himenoplastia goza de buena salud: es el secreto mejor guardado entre las mujeres marroquíes y los ginecólogos de su país.
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