Punto aparte
La imaginación es el componente esencial de la literatura, la filosofía y las artes, pero suponer que la historia pueda allanar sus propias limitaciones, resulta algo así como hablar de una utopía.
En forma imprevisible y sorprendente, esto último es lo que ofrece el libro “Las Misiones Jesuíticas de Moxos y Chiquitos”, cuyo autor es el polígrafo infatigable y generoso, Mariano Baptista Gumucio. Con las obras que edita, con admirable frecuencia, no busca su lucimiento y mucho menos obtener logros financieros.
Con este esfuerzo, sin parangón en el país, Baptista recupera y estudia la producción cultural de todos los tiempos, en sus distintos géneros, sólo animado de compartirla con las nuevas generaciones y a los mayores recrearles la memoria.
Recientemente, presentó la quinta edición de su libro “Las misiones jesuíticas de Moxos y Chiquitos”. El texto, de 208 páginas, descorre el telón histórico y nos conduce a conocer los detalles más profundos de la admirable y conmovedora obra realizada por dicha orden religiosa, en apenas 76 años, a finales del Siglo XVII (1691) y parte del Siglo XVIII (hasta 1767).
De manera literal, tiene total justificativo el subtítulo del libro: “Una utopía cristiana en el oriente boliviano”. Cuando se apela a los diccionarios, se explica que utopía equivale a una ilusión, un ensueño o a algo que no existe y que es remota la posibilidad de concretarla como realidad.
En Moxos y Chiquitos, los jesuitas construyeron una utopía que abarcó más de 3.000 Km2. Crearon 33 pueblos, cada uno a cargo de dos sacerdotes. Entre aquellos pueblos se hallan las ahora ciudades intermedias como Santa Ana, San Javier, San Ignacio, San Joaquín y Concepción.
El progreso material que alcanzaron se tradujo en abundancia, nunca repetida en el resto de la América colonizada, pues las diferencias de pobreza y riqueza no existieron.
Los jesuitas impusieron, entre los nativos que evangelizaban, el principio de que la tierra y los talleres eran propiedad de la comunidad. El trabajo era obligatorio para todas las personas hábiles. Una porción de los frutos materiales que se conseguía estaba destinada al mantenimiento de los huérfanos, viudas, ancianos, enfermos e inválidos. El ganado pertenecía a toda la comunidad.
Con la formación religiosa que les impartieron los jesuitas, los nativos iban todos los días a misa, apropiadamente vestidos, sin plumas en la cabeza ni pinturas de colores en el cuerpo. Cada persona, sea hombre o mujer, chico o grande, llevaba el rosario de forma visible, colgando del cuello.
En las fiestas importantes, los hombres portaban arcos y flechas. En los templos rendían homenaje a las divinidades católicas con la misma discreción que los habitantes de los países civilizados. Cultivaban por naturaleza la música. Esta aptitud ha sido la cimiente para que los jesuitas les enseñen a interpretar la música de esa época, hoy identificada como clásica o culta.
Según el musicólogo y sacerdote polaco Piotr Nawrot, en las misiones se conocía y ejecutaba composiciones de Corelli, Vivaldi, Telemann, Locatelli y otros autores del viejo mundo. Asimismo, del padre Juan José Mesner, Doménico Zipoli, quien era maestro de capilla en Córdoba, Argentina.
Toda esta producción fue reunida por Nawrot en cinco volúmenes, aparte de establecer que muchas otras composiciones se perdieron después de la expulsión de los jesuitas, por mandato del rey de España, Carlos III, emitida el 12 de octubre de 1773, en apoyo a la decisión del Vaticano de ese tiempo.
Afortunadamente, los Cabildos Indígenas de la Chiquitania escondieron, por más de dos siglos, el archivo musical que ha publicado Nawrot. Está constituido por 5.500 páginas escritas en latín, castellano y chiquito.
Tan precioso legado de las misiones hoy le otorga prestigio internacional a Bolivia, pues con él se realizan festivales en distintos países del orbe. Lo más notable es que conjuntos orquestales y/o corales, constituidos por jóvenes chiquitanos, efectúan giras para actuar en teatros e iglesias del exterior, suscitando el aplauso y la admiración de los asistentes, así como de la prensa.
La expulsión de los jesuitas de todas las misiones instaladas en Sudamérica (Paraguay, Brasil, Perú y Bolivia) fue producto de los egoísmos, las envidias y la influencia anticlerical del periodo de la Ilustración.
El presidente interino de la Real Audiencia de Charcas, Victoriano Martínez de Tineo, al igual que en los otros países donde había misiones jesuíticas, movilizó efectivos armados para apresar a los 47 sacerdotes que, en ese tiempo, tenían a su cargo las 25 reducciones de Moxos y Chiquitos.
Se los condujo a Europa como a criminales, por la vía portuaria de Arica. No fueron pocos los que murieron en los barcos, algunos por enfermedad y otros por la edad (90 años). Después que llegaron encadenados a España, se los dispersó al ostracismo en distintos países del continente.
No se consideró o se ignoraba que los sacerdotes jesuitas crearon los pueblos de las misiones haciendo largos recorridos por la selva, sin renovar nunca su vestuario, que terminaba en harapos. Se alimentaban de lo que encontraban, incluso gusanos y hormigas.
El libro de Baptista anota que “más difícil es imaginar las dificultades que enfrentaron los jesuitas para traducir la teología de su época a la mentalidad y a los idiomas nativos”. Pues, al llegar a Moxos y Chiquitos, encontraron que sus habitantes se hallaban en estado de barbarie. No usaban vestimenta, andaban desnudos; en lo social, practicaban la poligamia.
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