Punto aparte
La República de Bolivia conmemora hoy el 189 aniversario de su creación. Por lo general, siempre se ensalza y celebra la fecha, pero también puede ser propicia la ocasión para echarle una mirada al rostro oculto que tiene su historia. Quizás sea una ingenuidad esperar que se reflexione sobre ella, para cambiar su horizonte, sin embargo no está demás hacer el intento, en aras de la verdad y del patriotismo, sobre todo.
Sin duda es más grato hablar de sus glorias, si acaso realmente las tiene, y no de aquello que la ensombrece y la degrada. Empero, si se persiste en edulcorarla, es como continuar tratando de ocultar al sol con un dedo. Precisamente, en este día, cuando hay que honrar a Bolivia, es pertinente salir por sus fueros y anhelar que no se la siga mancillando con tanta impudicia.
El nacimiento de la Patria no escapó a aquello que se repite con frecuencia: un parto doloroso. Costó mucha sangre fraterna acabar con el coloniaje, pero a la vez emergieron las disputas, las controversias, las ambiciones, las traiciones y los odios entre los que pudieron ser, efectivamente, los prohombres de una nueva patria.
Penosamente, no queda más que reconocer que estos males se tornaron en el sino que marca hasta estos días el estilo de vida de los bolivianos, la acritud; enconos y amarguras. Sería injusto colocar a todos en el mismo bolso. Empero, no puede dejar de decirse, al mismo tiempo que son responsables, si acaso no culpables, de permitir que grupos minoritarios sean los que impongan sus designios por la fuerza y/o los votos.
El mayor apego a la violencia y la crueldad no proviene precisamente de criminales comunes, sino de los que presumen de ser políticos, que se “sacrifican” por dedicarse, presuntamente, al servicio de los intereses nacionales y sociales.
A propósito, el extinto historiador Moisés Alcázar escribió en el prólogo de su libro “Páginas de sangre”, este párrafo:
“Los pocos ciudadanos que vivieron en un mundo irreal, anteponiendo la idea al fanatismo avasallador, la fuerza del espíritu al interés egoísta, naufragaron en el torrente de la relajación y la estulticia colectivas, ahogados por el medio corrompido y corruptor. La historia no ama mucho a los hombres mesurados, tocados por la mansedumbre y la benevolencia. Sus favoritos son -ha dicho un escritor-, los apasionados, los aventureros del espíritu y de la acción, y aparta la vista, despectivamente, de esos callados servidores de la humanidad”.
En su libro, editado en diciembre de 1962, Alcázar hace esta trágica rememoración de la historia nacional, del Siglo XIX y parte del XX:
“Ciento veinte años de vida republicana: once mandatarios han muerto trágicamente, como si un fatum implacable les persiguiera inmisericordemente. A poco de fundarse la República, Blanco fue asesinado a los cinco días de asumir la primera magistratura; a Guilarte lo acribillaron a balazos los mismos soldados que ayudaron a conspirar contra Belzu; Belzu cayó por mano de Melgarejo, en circunstancias espectaculares; Melgarejo murió con dos balazos que le descerrajó su cuñado y protegido Sánchez; Morales recibió siete disparos de su sobrino Lafaye; Córdova fue ultimado en su lecho por orden de Plácido Yáñez; balas traidoras de quienes estaban encargados de custodiarlo dieron fin a la vida de Daza, en Uyuni; Pando… arrojado a un precipicio (después de morir por un infarto); Busch se perforó la sien en el escritorio de su casa; Villarroel fue colgado de un farol…”.
Párrafo aparte amerita la matanza de 50 ciudadanos en la prisión política del Loreto, el 23 de octubre de 1861, por orden del general Plácido Yáñez. Este penal estaba situado en la plaza Murillo, donde se construyó el edificio del Congreso Nacional, ahora llamado Asamblea Legislativa Plurinacional.
En estos días, prolegómenos de una elección, desde hace más de cuatro años hay presos políticos sin juicios, exiliados con sus familias en el desamparo, proliferan los amedrentamientos, incluso con juicios al periodismo.
En realidad, en esta nota, poco o nada de nuevo hay que escribir. Alcázar se encarga de formular estas puntualizaciones:
“Mientras se desarrolla el drama, el combate es incesante entre el despotismo y la ley, la tiranía y la libertad, la fuerza y el derecho. El absolutismo imponiéndose en épocas de turbulencia y asonadas, donde el hombre emerge en medio de una tempestad de sangre y violencia, arrojo y audacia, caldo de revoluciones propicio a la proliferación de “caudillos fuertes como los colores de nuestra bandera y sabor picante como nuestro “ají”, en concepto de Roberto Prudencio”.
De su parte, Simón Bolívar, el Libertador de cinco naciones, entre ellas la actual Bolivia, de la que fue su primer Presidente, en sus días postreros escribió una carta a un amigo, colmada de desilusión y amargura. Uno de sus párrafos, dice: “Me he convencido más y más de que ni la libertad ni las leyes ni la mejor instrucción nos pueden hacer gente decente… menos aún republicanos o patriotas verdaderos. Mi amigo, en nuestras venas no corre sangre, sino maldad mezclada con terror y miedo”.
Las líneas precedentes forman parte del libro “Otra historia de Bolivia”, de Mariano Baptista Gumucio. Por lo menos, las generaciones actuales, en vez de dedicar todo su tiempo al “mensajeo”, deberían leerlo. Es una historia no convencional que profundiza en los orígenes del carácter nacional, como nadie lo hizo hasta ahora. Es una obligación conocerla, si se presume de ser boliviano.
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