[Luis Antezana]

El fracaso práctico y teórico del populismo


El rotundo fracaso del populismo a nivel del continente latinoamericano es algo que no puede pasar desapercibido. Como se trata de un asunto con algunos bemoles, debe ser objeto de análisis, aunque antes se debe definir en qué consiste ese populismo, palabra que no significa popularidad, populacherismo, caudillismo, etc.

El populismo es una ideología política cuyo contenido económico consiste en que propone construir el sistema socialista sobre los saldos de las comunidades originarias que existieron entre cuatro y tres mil años atrás y todavía sobreviven en el altiplano boliviano, sin pasar previamente por la etapa de desarrollo del sistema capitalista, es decir “saltándola”.

Esa ideología fue concebida hace algo más de cien años en Europa, pero fracasó totalmente desde entonces, tanto en el intento de ser llevada a la práctica, como en la teoría. Sin embargo, pese a ese fracaso reapareció campante y con diversos éxitos desde mediados del Siglo XX en América latina, como la fórmula “perfecta” para establecer el socialismo.

A principios del presente siglo esa ideología populista encontró notables exponentes de gran poder carismático en países como Venezuela, Ecuador, Argentina y finalmente en Bolivia y otras naciones semifeudales, aunque no en Cuba, donde fue desechada por inoperante y hasta rechazada enérgicamente.

Pero como en todas las experiencias prácticas, esa ideología resultó un ruidoso fracaso en su aplicación, y se confirmó, una vez más, que la teoría populista era un error político, como ocurrió en anteriores oportunidades.

En efecto, el resultado práctico -que es el único criterio que puede decir si una teoría es correcta o no- de la teoría populista se tradujo en que el intento de construir el socialismo sobre la comunidad y sin pasar por la etapa capitalista, dio como fruto un resultado anti socialista y en vez de hacer resurgir las comunidades originarias, terminó por destruirlas y, finalmente, en vez de producir la destrucción del capitalismo se produjo el desarrollo de ese capitalismo que se trataba de destruir. Y todavía más, dio paso a la aparición de un capitalismo salvaje, como nunca se conoció en el pasado en el mundo, ni siquiera en Inglaterra en tiempo de Federico Engels, quien escribió un célebre texto crítico acerca del asunto (“La clase obrera en Inglaterra”).

La ideología populista que quiere construir el socialismo en esa forma y que es como querer preparar arroz con leche sin leche y sin arroz -ya que no existe la clase social que pueda “edificarlo”-, también tiene antecedentes históricos en Bolivia y ya fue planteada por algunos anarquistas desde los tiempos previos a la Guerra del Chaco, pero que también fracasaron en el intento, pues nadie le dio importancia y en el mejor de los casos sus inspiradores actuaron en los hechos contra sus propios principios, al extremo de oponerse a la revolución nacional (que era el único paso posible para ir adelante) y, al mismo tiempo, se juntaron como uña y carne y formaron una alianza sagrada con los partidos de ultraderecha para ponerlos en el Gobierno y enseguida restaurar el viejo orden colonial y feudal. Pero de este régimen fueron expulsados con ignominia (1930) a corto plazo, aunque para volver a sus andadas y repetir el error con agravantes (1946), en nuevas oportunidades (1964) hasta el presente, para volver al error o sea cometer una estupidez increíble.

El resultado general de la ideología populista nada tiene de socialismo, es más bien contraria al socialismo y aunque predique con bombos y platillos que es anti capitalista, lo único que hace es desarrollar el capitalismo.

El populismo es una ideología que a ninguna parte va. Si bien atrae el interés de algunos sectores populares con una ilusión seductora, está destinada de manera inevitable al fracaso total y más a corto que a largo plazo. En su afán de ir detrás, es una utopía inalcanzable, destruye todo, afecta al capitalismo en su superficie, desprestigia al socialismo e ignora la comunidad sobre la que basaba sus sueños infantiles. Así, no sabe dónde está, a dónde va, ni qué quiere.

Ese populismo termina en un enorme cero y ese colapso acaba poniendo el desarrollo social en su verdadero camino, aunque a costo de grandes sacrificios populares y pérdida de decenios, dando ventajas y fortaleciendo en todo sentido el crecimiento de países desarrollados, para obligar a recordar que “no existe tragedia más grande en la historia de la humanidad, que tener que empezar de nuevo lo que ya se había empezado”.

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