Unos experimentos con inquilinos de una base polar han revelado la composición idónea de la luz artificial para conseguir que sea tan eficiente como la luz solar natural en su función de ajustar nuestro “reloj corporal” y solucionar el jet lag u otros problemas parecidos.
El sistema que permite que nuestro cuerpo regule una serie de funciones vitales a lo largo de un período de unas 24 horas se llama reloj corporal (o ritmo circadiano). Situado en las profundidades del cerebro, consiste en 20.000 neuronas cuya actividad pulsante controla el ciclo sueño/vigilia, la temperatura corporal, el ritmo cardiaco, la liberación de hormonas, y otras funciones. El ciclo determinado por el reloj interno dura espontáneamente entre 23,5 y 24,5 horas, dependiendo de la persona.
Para funcionar correctamente, toma como referencia las señales que recibe del mundo exterior y que interpreta como indicadores de si debe o no resincronizarse. Por eso comer, hacer actividad física y la temperatura del exterior, por ejemplo, se dice que ayudan a “establecer el tiempo”. El factor más importante en este ámbito, sin embargo, es la luz. Después de una exposición inapropiada a la luz, todo nuestro reloj corporal queda desincronizado. La perturbación de este reloj biológico tiene consecuencias negativas. La más evidente es que las horas en que no tenemos sueño y las horas en que sí lo tenemos ya no concuerdan con el horario por el que debemos regirnos. Así, tenemos insomnio a la hora de dormir, y somnolencia cuando nos toca estar despiertos. Pero hay muchos otros efectos nocivos, que incluyen problemas cardiovasculares e incluso depresión.
El equipo de Claude Gronfier, del Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica (INSERM) en Francia, ha llevado a cabo por primera vez un estudio bajo condiciones reales sobre los relojes corporales de miembros de la estación polar internacional de investigación Concordia, y acerca de cómo varios tipos de luz artificial influyen en la forma en que el reloj biológico se comporta en situaciones donde la luz natural es insuficiente.
Durante nueve semanas del invierno polar (sin luz solar durante el día), el personal de la estación polar internacional Concordia fue expuesto alternativamente a luz blanca estándar y a luz blanca enriquecida con longitudes de onda azules (un tipo particular de luz fluorescente que se percibe como blanca por el sistema visual humano).
Los resultados indican que al usar esta clase particular de luz artificial, los voluntarios lograron que sus ritmos biológicos se sincronizaran correctamente a pesar de la ausencia de luz solar, pudiendo dormir bien cuando tocaba, y estando bien despejados cuando era momento de estar despiertos. Esto iba unido a una mejora de la capacidad de atención y en el estado de ánimo. Y el efecto no perdía fuerza con el uso continuado de la luz rica en longitud de onda azul; los efectos en la novena semana de seguimiento eran los mismos que en la primera.
Los resultados de esta investigación podrían ser transformados rápidamente en aplicaciones prácticas para entornos que están iluminados de forma débil a moderada, y que incluyen desde estaciones de investigación polar y vehículos espaciales, hasta fábricas y oficinas con escasa luz natural. Disponer de esta luz portentosa podría ayudar a mantener la salud, la productividad y la seguridad del personal.
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