Juan Reynaldo Ugarte Conde
Entonando himnos con pechos airados, marchando con pasos coordinados, con atuendos uniformados y lemas aprendidos, así desfilan por nuestras calles los estudiantes de escuelas y colegios.
Todos tienen claro su papel, lo aprendieron muy bien; después de todo, mostrarse patrióticos y orgullosos de ello es mejor que estar pasando esas “aburridas clases”. Como un incentivo, dicha actividad es, en algunos casos, recompensada con un “10” en ciencias sociales, cívica, educación física, o música. ¡El esfuerzo debía ser premiado!
A los más pequeños los disfrazan. Se ve a niños vestidos de soldados con representaciones de fusiles en las manos, y niñas haciendo de madre Patria (con un vestido blanco y una banda tricolor). No puede faltar la niña que representa el “Litoral cautivo” (con un vestido celeste y unas representaciones de grilletes en las manos). Sus padres van juntos a ellos y ellas, tomándoles fotos en cada esquina.
Ante algunas preguntas referidas a la actividad por la que semanas enteras habían practicado, ellos responden: “Se recuerda el nacimiento de Bolivia”; “El rojo significa la sangre de los héroes, el amarillo las riquezas minerales y el verde las riquezas forestales de Bolivia”; “Debemos amar a nuestra Patria”; inclusive “El mar nos pertenece por derecho, recuperarlo es un deber”, etc.
En el caso de los adolescentes, ellos procuran ir solos. Esta ocasión no puede ser desaprovechada por ellos para “pintear” con sus amigos y, desde luego, “chequear” a estudiantes de otras unidades educativas, quienes con el mismo fervor realizan esta actividad. En tal caso, el “look” merece una especial atención, para ello gastan la plata que les dio mamá. Los comerciantes, conocedores de las necesidades de tan patriótica adolescencia, no faltan, y ponen a la venta sus “alhajas”.
Los maestros se esfuerzan por hacer ver que las horas de ensayo, restadas de las horas de clases (que por sí solas ya son insuficientes), valen la pena. Intentan infundir el patriotismo de toda forma. Si las órdenes a gritos y las miradas amenazadoras no son suficientes, recurren a recordarles a sus estudiantes que un porcentaje de la nota está en juego.
Así nuestros estudiantes conmemoraron los 189 años de Bolivia. Sin recordar, o sin aprender, que Bolivia es más que un ente abstracto al que hay que rendirle pleitesía de forma ensayada únicamente cada 6 de agosto.
¡Bolivia somos todos! Y como bolivianos deberíamos sentirnos indignados por el patriotismo fantoche que se pretende inculcar a nuestros hijos.
Basta de repetir, como loros, lemas que incluso nuestros abuelos repitieron y ya les cansa oír. “Progresar requiere estudiar y trabajar, sin marchar”. Ése debería ser el lema que repitan nuestros hijos todos los días.
Basta de que saquen a nuestros hijos a las calles como borregos disfrazados. Basta de reducir las horas de clases por tratar de montar una burda escenificación de civismo. Empecinémonos en que ellos estén en aulas aprendiendo aquello con lo que aportarán al desarrollo de cada familia boliviana.
Basta de puntuar la participación en desfiles. Crecerán creyendo que saliendo a marchar a las calles, se consigue todo. Enseñémosles el camino del mérito.
Basta de abrumarnos y abrumar a nuestros hijos con historias retóricas, no les servirán. Enseñémosles herramientas para hoy y mañana.
Una mejor forma de rendir homenaje a nuestra Patria es, sin duda, sintiéndonos indignados y dejando de sentirnos complacidos con estos hechos. Levantemos una revuelta contra estas prácticas que hacen tanto daño a la educación.
El autor es abogado.
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