[Armando Mariaca]

Conciencia, honradez y caridad en política


Desde los primeros tiempos de nuestro país, el pueblo ha requerido de sus conductores condiciones aptas para el manejo del Estado; ha visto, por las experiencias de la misma humanidad, que el poder enceguece y anula virtudes, valores y principios; ha comprobado, con mucho dolor y decepción, cómo la corrupción hizo tabla raza de todo lo bueno que pregonaban los hombres a través de grupos políticos que han conformado partidos; ha comprobado, finalmente, cuánto uso se hace del populismo y la demagogia como medios para captar la confianza popular que casi siempre es propensa a creer en promesas e intenciones.

Hemos tenido, desde el inicio del país, en 1825, gobiernos de toda laya; empezamos con los gobiernos presididos por los libertadores Simón Bolívar y Antonio José de Sucre que han confrontado las primeras grandes y graves dificultades al tropezar con egoísmos, deslealtades, intereses creados y carencia de honradez de quienes buscaban el poder a costa de cualquier pérdida de valores y principios. Fueron muchos los presidentes que habiendo iniciado con honestidad y responsabilidad sus gestiones, han caído en las profundidades de intereses subalternos tan sólo por tener asegurados apoyos de militantes, fuerzas armadas e instituciones. No han vacilado, en su gestión, al aceptar situaciones contrarias al bien común tan sólo por lograr posiciones que enaltezcan a sus gobiernos o que, en su caso, los aseguren en el poder dado el hecho de la presencia de intentos subversivos de quienes buscaban hacerse del poder a cualquier precio.

Muchos gobiernos de facto o provenientes de golpes militares disfrazaron su posición con la democracia y la seguridad de tener conciencia del país; pero, por la misma condición de ser ilegales, han usado y abusado de la Constitución y las leyes en concordancia con sus intereses. Los procesos “revolucionarios” tergiversaron lo que implica orden, patriotismo, trabajo, disciplina y conciencia de país; han hecho escarnio de principios sobre los que se basan efectivamente la democracia, la libertad y la justicia. Todo lo hicieron para justificar su tenencia del poder y hasta calificar a los políticos como “indignos de gobernar el país por no tener condiciones que requería el pueblo”, como si ellos tuviesen méritos y condiciones y demostrasen capacidad, honestidad y responsabilidad para administrar el Estado.

Muchos procesos electorales se llevaron a cabo; los últimos desde que se retomó la democracia, octubre de 1982, han mostrado cuán poco se ha educado y formado a grupos políticos para que tengan vocación de servicio, sentido y conciencia de país, porque los hechos han mostrado que “el partido” es, simplemente, el instrumento de poder para el enriquecimiento, para el logro de posiciones expectables, para servir sólo a intereses partidarios sin importar los medios ni las circunstancias.

A decir del famoso escritor Pío Baroja, “la política ha desmerecido todo valor, ha pisoteado sus propios principios de sustentación y ha engañado al pueblo con tal de lograr sus propósitos”. Los ejemplos que nos ha dejado la política partidista los seguimos sufriendo en tiempos de promesas e intenciones que pretenden cambios de todo lo pasado y no cambia nada porque quienes deben concretar esos cambios, no cambian, no modifican conductas, no ven al país como tal y sólo lo tienen como medio para el gasto dispendioso y el manejo discrecional del Estado.

Así, en medio de regímenes que no administran ni sirven ni tienen conciencia cabal de sus actos, ni buscan una sana y honesta administración del país, llegamos a nuevos procesos electorales, pero con las mismas promesas de quienes tercien en esos comicios porque cada uno, a su modo y con los medios de que dispone, promete todo, hace suyas las banderas de luchar contra la pobreza, la corrupción, el narcotráfico, el contrabando y muchos otros males que afectan al bien común, pero lo hacen con programas débiles, inconsistentes y carentes de caridad para con el pueblo.

Mientras la política partidista que intervenga en las próximas elecciones no cambie conciencialmente y asuma la urgencia de obrar honrada y responsablemente con el país, será difícil creer en posibles realidades y se nos obligará, por la razón y la fuerza del poder que se ostente y hasta detente, a soportar situaciones que han significado dolor, sufrimientos y atraso.

Para que efectivamente haya cambios en el comportamiento político-partidista, habrá que hacer ejercicios de educación, de formación en virtudes y valores que se conviertan en principios; educación y formación para entender que la Patria es la madre común y no merece seguir en las vías del sufrimiento, de la pobreza, el atraso y la dependencia.

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