Mi candidato es el pueblo

Juan Bautista Del C. Pabón Montiel

Declaro públicamente que tengo mi candidato para la pantomima electoral de octubre: el santo y no canonizado pueblo. Concurrió a tres guerras y muchos de los combatientes nunca volvieron con vida. En tanto que en la retaguardia se jugaba a la taba, se emborrachaban con chilenas en la Guerra del Chaco. El pueblo, señores, puso sus vidas cuando los militares se cansaron de dar golpes de Estado, y ahora pasa de espectador del drama nacional. Los estómagos del digno pueblo se encogieron por las devaluaciones reales y diarias de la moneda nacional.

Harapiento, desnudo, sin hospitales, cargando su caja mortuoria en sus espaldas no pierde las esperanzas para que haya mejores días y menos hambre para el verdadero indígena, cholo, mestizo, blanco o blancoide, que sigue creyendo en los milagros.

El pueblo que ayer alzó en sus hombros esqueléticos y tuberculosos a los “libertadores económicos” no se cansa de seguir creyendo, aunque su fe a veces le hace dudar del dios de la Justicia y la Verdad. El pueblo espera las leyes infalibles de la vida, para que ella sancione a sus alzados y vitoreados.

El pueblo camina a pie, sin que le mire su candidato que ayer lo besaba y le prometía el maná político partidario. Nuestro pueblo va al mercado Lanza, donde la caserita por unos bolivianos le alcanza con amor un almuerzo, pidiendo yapa o racha como se habla en el cuartel.

El pueblo está agobiado y cansado por los paros y bloqueos, por los pésimos caminos donde ocurren todos los días accidentes de tránsito que tienen origen moral, más que mecánico. El pueblo que vende en las calles desde un gancho hasta un peine o un papel higiénico es el héroe silencioso que no conoce un curul, ni las puertas del Congreso para poder pedirle un favor a su elegido de la víspera.

El pueblo que vive en las fronteras, en Puerto Suárez, San Matías, Desaguadero, Guaqui, Copacabana, contrabandeando desde un jabón o una pequeñez que puede llamarse desodorante para vivir al día.

Ese es mi candidato, señores, en las puertas del final de nuestra existencia de más de medio siglo. El pueblo boliviano es nuestro soberano, desengañado, traicionado e ignorado. Es el grande y sublime pueblo cuyas hazañas se encuentran perdidas en los rincones del olvido.

Pueblo indo-mestizo que ofrendó su sangre y vida, por siempre, en tanto los “jefes” anidaban cual ta’rajchi en casa ajena, expulsando al propietario.

Final: en octubre elegiré a mi pueblo, aunque no esté en las listas y me quedaré viendo televisión, para conocer los resultados de los testaferros del Tribunal Supremo Electoral; veré ensoberbecidos a los candidatos “ganadores”, riendo por su inmoralidad y el gasto inútil en un plebiscito amañado que sólo cambiará de chola con otra pollera. Vale el aforismo criollo.

¡Un abrazo y beso en su frente altiva al pueblo amado!

Puerto Suárez -

Santa Cruz, Bolivia.

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