Una lección de ética política

La política según el sabio griego Aristóteles es ciencia y arte, y se la define como la ciencia que estudia al Estado y su poder, pues no puede haber Estado sin poder y éste es la capacidad de dictar leyes y hacerlas cumplir, así como tomar decisiones en asuntos de interés colectivo. Sin embargo la política también, desde los tiempos de la antigua Grecia y Hélade, como todo quehacer humano está sujeto a la ética, es decir a un conjunto de normas no escritas, como las jurídicas, pero que constituyen el sentir de la sociedad.

En el transcurso de la historia de las ideas políticas, han sido muchos los filósofos que han insistido para que el ejercicio del poder esté sujeto a la ética y limitado por las leyes. De tal manera que luego de varios milenios se logró sujetar el poder a las leyes y luego a la voluntad del pueblo para elegir a sus gobernantes, en lo que se ha denominado democracia y estado de derecho.

Es la moral la base del sistema jurídico, pues no pueden existir leyes inmorales por principio. Y esta unidad de derecho y moral es uno de los frenos para el poder y su ejercicio, pues sabemos que quienes ejercen el poder, en especial por mucho tiempo, siempre tienden a hacer uso y abuso del mismo, por eso la estricta sujeción de los gobernantes a la ley, es el freno ético a sus excesos.

Si revisamos la historia de la humanidad, vamos a ver que el hombre luchó y lucha por la libertad y la justicia, como los dos principios fundamentales de la vida en sociedad; así el gran Aristóteles sentenció: “El bien en política es la justicia, en otros términos la utilidad general”. La búsqueda de una sociedad justa sigue siendo el ideal del ser humano en este tiempo.

En los tiempos que estamos viviendo, en nuestra América Latina se ha dado un fenómeno económico con fuertes repercusiones en lo social y político: los elevados precios de las materias primas renovables y no renovables, que abundan en casi todos los países del área, en especial los sudamericanos. Esto ha determinado que los esmirriados ingresos que se tenía antes de esa espectacular subida de precios, se multipliquen por tres, cinco o más veces. Pero la administración de esos importantes ingresos no ha sido ni está siendo eficaz para superar los índices de pobreza y bajo desarrollo humano de la población, pues muchos gobernantes están en la política del despilfarro, la corrupción y la prebenda. Y como dijo el Vicepresidente del Gobierno argentino, en su visita de hace unos meses al país, estos recursos no están llegando a los más pobres y al pueblo que necesita.

Ante este cuadro de mala administración de recursos públicos, que ha llevado a uno de los países sudamericanos más ricos en yacimientos hidrocarburíferos a la bancarrota, y amenaza a otros que están en mora en sus pagos al exterior, en la reunión de algunos países del grupo denominado G77 en la ciudad de Santa Cruz de la Sierra, hace unos meses, el presidente de la República Oriental del Uruguay, el izquierdista José Mújica, expresó que los gobiernos deberían tener más cuidado en el manejo de los recursos públicos y la cultura del despilfarro. Seguramente estaba impresionado por el excesivo gasto del gobierno boliviano en la organización del evento del G77, que habría costado alrededor de 100 millones de dólares a todos los bolivianos, siendo nuestro país todavía uno de los más pobres de América y que está entre los 20 del mundo.

Otra lección de ética política la dio el presidente de Costa Rica, Luis Guillermo Solís, quien por decreto dispuso que no se ponga su nombre en placas por las obras públicas entregadas; ni su retrato en oficinas y establecimientos públicos, pues las obras son realizadas con dinero público y es obligación del gobernante hacerlas.

Muy diferente es la realidad boliviana de estos tiempos, ya que las ciudades están llenas de gigantografías con el rostro del Presidente, candidato a nueva reelección, los canales televisivos son saturados de propaganda, donde aparece el mismo rostro, al que, como dijo el Vicepresidente y también candidato a reelección, se le debe profesar adoración como a un nuevo mesías.

Los gobernantes elegidos por el pueblo tienen la obligación de administrar los recursos públicos con la mayor responsabilidad y ajustados a las normas establecidas, en caso contrario son sujetos a responsabilidades y al juicio de la historia.