Alentado por el antisemitismo que sufrían los judíos en Europa, a comienzos del siglo XX tomó fuerza el movimiento sionista, que buscaba establecer un Estado para los judíos.
La región de Palestina, entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, considerada sagrada para musulmanes, judíos y católicos, pertenecía por aquellos años al Imperio Otomano y estaba ocupada mayormente por árabes y otras comunidades musulmanas. Pero una fuerte inmigración judía, fomentada por las aspiraciones sionistas, comenzaba a generar resistencia entre las comunidades.
Tras la desintegración del Imperio Otomano en la Primera Guerra Mundial, Reino Unido recibió un mandato de la Liga de Naciones para administrar el territorio de Palestina.
Pero antes y durante la guerra, los británicos habían hecho diversas promesas a los árabes y a los judíos que luego no cumplieron, entre otros motivos porque ya se habían dividido el Medio Oriente con Francia. Esto provocó un clima de tensión entre nacionalistas árabes y sionistas que desencadenó en enfrentamientos entre grupos paramilitares judíos y bandas árabes.
Luego de la Segunda Guerra Mundial y tras el Holocausto, aumentó la presión por establecer un Estado judío. El plan original contemplaba la partición del territorio controlado por la potencia europea entre judíos y palestinos.
Tras la fundación de Israel el 14 de mayo de 1948, la tensión pasó de ser un tema local a un asunto regional. Al día siguiente, Egipto, Jordania, Siria e Irak invadieron este territorio. Fue la primera guerra árabe-israelí, también conocida por los judíos como guerra de la independencia o de la liberación. Tras el conflicto, el territorio inicialmente previsto por las Naciones Unidas para un Estado árabe se redujo a la mitad.
Para los palestinos, comenzó la Nakba, la llamada “destrucción” o “catástrofe”: el inicio de la tragedia nacional. 750.000 palestinos huyeron a países vecinos o fueron expulsados por tropas judías.
Pero 1948 no sería el último enfrentamiento entre árabes y judíos. En 1956, una crisis por el Canal de Suez enfrentaría al Estado de Israel con Egipto, que no sería definida en el terreno de combate sino por la presión internacional sobre Israel, Francia e Inglaterra.
Pero los combates sí tendrían la última palabra en 1967 en la Guerra de los Seis Días. Lo que ocurrió entre el 5 el 10 de junio de ese año tuvo consecuencias profundas y duraderas a distintos niveles. Fue una victoria aplastante de Israel frente a una coalición árabe. Israel capturó la Franja de Gaza y la península del Sinaí a Egipto, Cisjordania (incluida Jerusalén Oriental) a Jordania y los Altos del Golán a Siria. Medio millón de palestinos huyeron.
El último conflicto árabe-israelí será la guerra de Yom Kipur en 1973, que enfrentó a Egipto y Siria contra Israel y le permitió a El Cairo recuperar el Sinaí (entregado completamente por Israel en 1982), pero no Gaza. Seis años después, Egipto se convierte en el primer país árabe en firmar la paz con Israel, un ejemplo solo seguido por Jordania.
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