Prensa internacional lo recuerda
• Un colaborador español del cómico recuerda al hombre que dio vida al genio de ‘Aladdin’.
España (El País).- Los ojos todavía se me estaban acostumbrando a Hollywood, a mi primer trabajo en los míticos estudios Disney, al sentimiento de ser el primer español por esa meca del dibujo animado, cuando conocí a Robin Williams. Llegué en 1991 para trabajar en Aladdin. Iba asignado como animador a la unidad que supervisaba Eric Goldberg, encargada de lo que entonces era uno de los personajes secundarios del filme, el genio de la lámpara.
Desde el primer día pensamos en utilizar la voz de un cómico y gracias al Popeye de Robert Altman el nombre de Williams rondaba nuestras cabezas. Menos la de Jeffrey Katzenberg, entonces presidente de la división de animación en Disney. La única forma de convencerlo fue prepararle un test de animación utilizando uno de sus antiguos monólogos. Williams hablaba de esquizofrenia. Nosotros mostramos al genio desdoblándose en múltiples personalidades. Incorporamos los rasgos del actor y desde ese momento Robin Williams fue nuestro genio.
Y de pronto llegó el verdadero Robin, el de carne y hueso. Todos nos agolpamos en la cabina de grabación para verle y fuimos testigos de algo extraordinario. Llegó silencioso y tímido al micrófono. Me llamó la atención que de cintura para abajo Williams tenía la fragilidad de un bailarín y de cintura para arriba, el musculoso torso de un luchador. De pronto, con la primera toma, fue como si alguien hubiera apretado un interruptor y Robin se transformó en una máquina de improvisar. Nuevos diálogos, imitaciones, bromas muy poco Disney inundaron el estudio con su energía. Nuestras carcajadas, a veces inevitables, arruinaron alguna que otra toma. Fue una grabación inolvidable que siempre acababa igual, con el Robin tímido y callado, mitad bailarina mitad forzudo de circo, que había entrado en el estudio.
Su actuación nos cambió a todos el concepto de lo que debía ser el genio. Ante tal raudal de ideas, chistes e imitaciones, los animadores nos dejamos llevar por su locura e incorporamos imágenes como la del genio en plena metamorfosis entre Jack Nicholson y Robert de Niro, de elefante bailando a pequeña abeja con gafas de piloto. Su actuación nos dio la oportunidad de crear un personaje inolvidable que para nada estaba en las páginas del guión. Incluido ese cartel de Aplauso que sólo resumió lo que sentimos al oírle grabar.
Con la primera toma, se transformó en una máquina de la improvisación
Al terminar la animación, Robin volvió al estudio porque quería hacerse una foto con los animadores. En un falso acento ruso nos sacó a la calle y no dudó en colocarse en la cabeza una coleta similar a la del genio que uno de los animadores había confeccionado. Teñido de rubio para el rodaje de Toys, hoy no era el hombre tímido de otros días sino el genio de la fiesta, bromeando sobre su reciente depilación para el papel en su próxima película y sobre nuestra pinta de “raperos blancos” posando para la foto.
Volví a trabajar con él en Señora Doubtfire. Fue divertido verle hacer en el rodaje lo que le había visto hacer en la realidad, interpretar a un doblador de filmes animados. Los estudios Warner contrataron al mítico Chuck Jones para dirigir el segmento animado con el que empieza la película y yo me salté cualquier exclusividad con Disney (y mis fines de semana) con tal de volver a trabajar con Williams.
Desde entonces, siempre que coincidíamos, hablábamos de volver a hacer algo juntos en animación, un medio que adoraba. Estuve allí cuando la Asociación de la Prensa Extranjera en Hollywood le concedió el premio Cecil B. DeMille a toda su carrera. Algún que otro periodista se molestó con sus bromas. Yo no podía dejar de reír. Cuando fui a felicitarle, me devolvió el cumplido aunque iba dirigido a mis gafas. Williams era un auténtico gafapasta, siempre con los bolsillos llenos de diferentes modelos a cual más de diseño que disfrutó enseñándome. Volvimos a hablar de trabajar juntos. “¿Quizá en Backyard Heroes?”, le pregunté sobre un proyecto que le había hecho llegar. Le gustó la idea. Al agente, no.
Me llamó la atención que de cintura para abajo era frágil como un bailarín
La última vez que coincidimos fue durante la première en Washington de Noche en el museo. Para entonces había sufrido un amago de ataque al corazón y acababa de salir del hospital. Se le veía algo más apagado. “¿Qué tal ese corazón?”, le pregunté. “Por aquí, refunfuñando”, me contestó mientras volvía a iluminarse dándole voces a su propio corazón.
Al conocer la noticia de su muerte, sentí la marcha como si fuera uno de los nuestros pero también recordé las imágenes que inspiró en nosotros en Aladdin. Especialmente esa en la que el genio logra realizar su deseo: por fin ser libre.
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