Por necesidad natural, los seres humanos se agrupan entre sí para realizar objetivos específicos; uno de ellos es completar la vida humana, con la cooperación de la experiencia y fuerza social de los otros, lo cual les permite ampliar su radio de influencia en la sociedad.
A raíz de la revolución industrial, las ciudades reunieron a mayor número de personas y las dividieron en clases sociales, de acuerdo con su poder económico y su prestigio social; además, por primera vez en la historia, los horarios precisos se impusieron para dividir la jornada en horas de trabajo y horas de descanso, lo cual dio origen a los primeros clubes sociales en Europa, que reunían a la burguesía, la cual comenzó a reunirse en restringidos grupos de amigos o clubes, donde se compartía tanto los juegos de azar como la conversación amena y otras actividades, tal como lo vemos en las novelas de ese entonces, como “La vuelta al mundo en ochenta días,” de Julio Verne, en la cual el protagonista hace una apuesta con sus consocios de club para dar la vuelta a la tierra en ochenta días; o bien, Charles Dickens nos habla de las “Aventuras de Pickwick” en la Inglaterra victoriana.
Cuando la organización capitalista del trabajo, gracias a las luchas sociales, permitió al ser humano trabajar menos horas y contar con tiempo extra a su disposición, algunas personas vieron que una manera de descansar de sus actividades cotidianas era dedicarlo al ocio fecundo, se dieron cuenta que los clubes no sólo podían ser sociales, sino culturales, deportivas, etc., democratizando de esa manera la organización burguesa. Esa manera de asociarse se fue difundiendo y llegó a la América; por eso, a principios del siglo pasado, se fundaron varias instituciones de ese tipo en Bolivia.
El club de La Paz fue una de esas organizaciones, que reunió, primero a la élite paceña, y luego se fue abriendo poco a poco; otras instituciones fueron el Círculo de la Unión, el club 16 de Julio, etc. Las cuales han abierto sus puertas la actividad cultural, tanto es así que el Club de La Paz ha ofrecido una diversidad de actos culturales, y durante una temporada ha entregado, generosamente, su contribución de incentivo a la cultura, con el Premio Club de La Paz a la cultura, que hoy ha desaparecido, desgraciadamente. El Círculo de la Unión es otra organización que ha ampliado su rango de actividades al campo cultural, convirtiéndose en uno de los centros de fecunda actividad, por decisión de su directiva, y a la dinámica labor de Patricia del Carpio; tanto es así, que, por ejemplo, cobija a la Academia Boliviana de Ciencias Genealógicas y Heráldicas, la cual realiza tanto sus sesiones ordinarias como sus actos públicos en los elegantes y amplios salones de ese Círculo, que tiene la ventaja de estar prácticamente en el centro de la ciudad, en el barrio de Sopocachi. Otro centro es de los “Amautas”, que también celebran sus sesiones en ese lugar; además, periódicamente ofrece conciertos de música selecta y de otro tipo, entre los cuales se ha podido escuchar piezas del barroco italiano y francés, a cargo de una orquesta de jóvenes músicos que se han impuesto la tarea de investigar ese tipo de composiciones; o la presentación de conjuntos corales, como el de Sayát Nová y otros, las sesiones de videos de ópera; presentación de libros; exposiciones de pintura, representación de monólogos teatrales, etc.
Como se puede apreciar, hoy en día, varios clubes sociales, antes limitados y cerrados en sus actividades se han abierto a las manifestaciones artísticas, para bien de la población toda y el enriquecimiento espiritual de la ciudad.
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