La noticia de perfil
Las declaraciones de un candidato masista a la primera senaturía por Cochabamba acerca de la ola de violencia contra las mujeres produjeron tal reacción que tuvo que intervenir hasta el mismísimo Presidente Vitalicio para solicitar clemencia para un conocido médico cochabambino.
Con la prudencia que me caracteriza y el reconocimiento de mi escasa fuerza física, en comparación con mi robusta pariente espiritual, yo preferí guardar silencio ante lo ocurrido, hasta que ella lo rompió con un grito igual al que lanzan los karatistas al iniciar sus combates.
Llevado por mi instinto me hice a un lado, pero la fuerte karatista me tomó de una pierna y me hizo dar vueltas por el aire cual si yo fuera hélice de un helicóptero y luego me lanzó por los aires como si yo fuera una hoja en el viento.
Repuesto del sorpresivo ataque karatista, pregunté a la cholita cochabambina la razón de su ataque sorpresivo y ella me dijo: “Lo hice para que usted, apreciado compadritruy, sepa lo que podría sucederle si algún día quisiera arrebatarme mis dólares por la fuerza, creyendo que soy una mujer débil a la que pudiera usted atropellar y quitarle sus dolarcitos bien ganados como prestamista a las cholas de nuestros mercados”.
Con los huesos todavía doloridos, pedí a mi comadre Macacha que me contara acerca de sus veleidades karatistas, relatándome la cholita haber tomado un curso de karate y otras artes marciales al poco tiempo del fallecimiento de su recordado Nemesio (Q.E.P.D.), cuando se vio sola en el mundo y era perseguida por muchos “karas”; entonces, un día me dije “para defenderme del acoso sexual de estos “karas” debo convertirme en karatista. Y así lo hice.
No pude menos que admirar a la cholita quillacolleña, olvidando instantáneamente que mis huesos me seguían doliendo a raíz de la “llave del avión” que había practicado conmigo sin haberla ofendido.
Al ver mi indefensión, la cholita quiso masajearme mis piernas y mi espalda, pero como soy un varón con dignidad le respondí que no sufría dolores en ninguna parte de mi maltrecho cuerpo.
Pregunté si alguna vez algún galán le había ofendido de palabra ponderando la belleza de sus piernas, respondiéndome que “nadies”, porque nadie se las vio jamás, porque sus largas polleras que siempre usó no lo permitieron, o sea que sus piernas jamás provocaron a ningún cochabambino, pero como ella es muy sincera y veraz reconoció ante mí que el único que se las había visto fui yo, su apreciado compadrituy, cuando la otra tarde tuve que masajear sus pies y sus pantorrillas para aliviarlos de las ampollas por sus excesivas horas de baile en la fiesta de Urkupiña.
Quise hacerme el “machu-galán” por aquella excepcional faena, pero preferí callar para que Macacha no repitiera su “llave del avión” que debieran practicar todas las mujeres en este tiempo de atentados contra las mujeres, especialmente en Cochabamba, donde rige aún el viejo proverbio de los quechuas que dice: “te pego porque te quiero”.
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