Erick Fajardo Pozo
Detesto el doble estándar moral de la sociedad boliviana. Esa moralidad ambivalente que permite coexistir en mutua negación al matriarcado y al “encholamiento”; esa que los domingos llena la bóveda de las catedrales metropolitanas con “penitentes” que horas antes aún dormían la cruda de “viernes de soltero”; esa que implacable pide la cabeza de un candidato oficialista a senador, por sostener una tibia postura sexista, mientras socapa la explícita misoginia institucionalizada del presidente-candidato a la reelección y su sistemático exabrupto contra la mujer.
Ciro Zabala, médico y jerarca de carrera en el servicio público, recurrente autoridad universitaria, departamental y ministerial, ayer mirista y hoy masista, es el chivo expiatorio de una hipócrita cruzada contra el sexismo, a causa de una declaración anodina y simplona, pero vertida en el contexto de un brote sin precedente de violencia sexista y en un reducto territorial cuyo mito fundacional y eje identitario es la centralidad de la mujer: Cochabamba.
Hecho: El régimen del MAS es una estampida sexista que pisotea todo principio de igualdad o equidad, pero retrucar contra Ciro Zabala es “ensañarse con el cura de parroquia para no pelear con el obispo”. Desquitarse con el último adscrito al credo de misoginia presidencial, por miedo a arremeter contra el pontificado sexista que se solaza en su crapulencia mientras dicta absoluciones e indulgencias para los apologistas de su Sexismo de Estado.
Cual si el problema de la violencia, subalternización y cosificación de la mujer se resolvieran revocando a un candidato a senador y no al régimen hipérbole del estado patriarcal.
Porque la raíz estructural de esta epidemia de síndrome del “rapto de las sabinas” que vive Bolivia no es otra sino el correlato social de la política como metáfora sexual, violenta y patriarcal. Revisemos el súmmum del paradigma político del presidente-candidato: “Cuando me hablan de centro derecha, centro izquierda, no entiendo cuál es el centro, aquí es macho o hembra, no hay maricones en temas ideológicos, políticos y partidarios”.
En el estado cocalero el poder implica sexualidad y dominación, porque el sexo es sobre poder y sumisión. Es la noción patriarcal del estado-cosa, “nación” o “patria” pueblan el discurso oficialista como metáfora femenina neutralizada, objeto pasivo de apropiación masculina.
Pero es el lenguaje simbólico del ejercicio práctico de la sexualidad del caudillo y sus adláteres lo que ha convertido la actitud política en modelo social. El senador “warmichallpa”, el viceministro y el asambleísta que ejercen “derecho de pernada” sobre funcionarias subalternas, el alcalde-aliado que denigra y humilla en público a la mujer-prensa, son modelos-tipo.
La pulsión sexual patriarcal es una perversa herencia ingénita, reprimida en el inconsciente de nuestra memoria larga como sociedad. Viene de la evocación ritual de una sexualidad ancestral dominante y de la reproducción mecánica del ultraje colonial. Pero esos diques morales que por siglos contuvieron esa sexualidad primaria, se derrumbaron ante la reiterada legitimación en los medios de la caricaturización de la mujer, la violación de su condición de igual hasta la autocensura, su impune sodomización simbólica y discursiva desde la cúpula del poder.
En el imaginario político evista el ejercicio de la política es un rito sexual en el que se está encima o debajo, se es activo o pasivo. No hay lugar para una política de iguales ante la ley, sin distinción de raza, credo, género u opción sexual porque en la “bienaventuranza” presidencial “no hay lugar para centros ni maricones”, las opciones intermedias no existen y la chance de una política no mediada por una sexualidad de dominantes y dominados ha sido cancelada.
Evo no entiende de otra política que la sexual y -a desdén de la ratificación a su candidato a Primer Senador- la brutal elocuencia presidencial es una notificación explicita a él y todo aquel de posiciones tibias o asexuadas, de que en el MAS se es “macho o hembra”, no hay lugar para nadie que no tenga una naturaleza política sexualmente definida.
El autor es Licenciado en Ciencias
de la Comunicación.
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