Juan Bautista Del C. Pabón Montiel
El 26 de agosto ha sido declarado día del “Adulto Mayor”, para economizar mentiras y no decirnos lo que somos: ¡viejos! Acuñaron ese adjetivo que saca ronchas en el alma, porque en el cuerpo las tenemos de sobra.
Es notorio el menosprecio, el abandono por propios y extraños. Las excepciones de hijos, yernas y nietos las destacamos. La sociedad sólo se encarga de hacernos bailar ese día, como trompos de la infancia, a su gusto y antojo, para mostrar que tienen piedad por los veteranos.
Tenemos el privilegio de vivir dos siglos: el XX y el XXI; de una sociedad pechoña los niños de ayer nos encumbramos en los últimos 25 años en una “civilización” tecnológica, celularizada y computarizada…
Decimos privilegio, pues vivimos una transición admirable, fabulosa, y muy rara generación ha tenido esa ventaja. Sin embargo, señores, tales avances no han llegado a nosotros, en cuanto a salud, educación y oportunidades. Los individuos a partir de los 60 son material desechable. No servimos ni para “guardias de seguridad”. Arrinconados, como muebles inservibles, en cualquier momento pueden mandarnos a la hoguera para que los de “Un día a la vez” se libren de los viejos. ¿Hospitales y medicinas de primera para los viejos?, vaya broma de mal gusto.
No podemos disimular nuestra indignación, que es lo único que tenemos y los que podemos escribimos nuestra rabia contenida. “Viejos conflictivos”, “seniles”, “chiflados”, “olvidadizos” y otros adjetivos para escoger nos regalan los festejadores, con tortas, coca-colas, sin discriminación ni posibilidad de elegir nuestro menú del día; los diabéticos los enfermos con hambre crónica, con cierre en la boca, ¡comemos el homenaje! De paso, hasta nuestra pobreza nos roban!
Pese a todo, debemos decirles algo de lo mucho que tenemos en la testa: ¡gracias vida, gracias hijos! (*). Les decimos gracias a los amigos que se fueron, de viejos o jóvenes se los llevó la muerte con su inefable cuchillo, dejándonos solos hasta que ella venga con su incomparable guadaña a recogernos.
Efebos, la vida fue y es ¡bella! Ningún precio tiene la dicha de haber sido jóvenes, de haber cumplido con nuestros deberes que nos asignamos o que la sociedad nos encargó. Evidentemente, fuimos irresponsables y quizá eludimos obligaciones. Hicimos lo que pudimos, hijos; reparamos lo que se pudo. Es cierto que muchos daños y abandonos no se los repara con un simple ¡perdón! Por todo, nos inclinamos ante ustedes, progenie dorada, que sabrán suplirnos con ventaja en la vida. Son y deben ser mejores que la tanda que se despide de la vida en esta centuria.
¡Los abraza el “agüelo” eterno¡
ww(*) Gracias a mis hijos, en particular a don Rafael Pabón Miranda, a mis nietos Rafael, Kitzia, Pabón Saucedo y Sasha Alejandra Pabón San Martín, por su misericordia con el viejo en estas lejanías.
Puerto Suárez - Santa Cruz, Bolivia.
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