Bajo el título “Falta pudor en la política brasileña”, Juan Arias escribe desde el “O país mais grande do mundo”, respecto a un tema que en el orbe, y particularmente en Hispanoamérica, casi siempre es motivo de comentarios negativos: la política o la politiquería, como prefieran. Publicado el lunes 18 en el diario español El País, el columnista puntualiza que “las elecciones vuelven a Brasil. Con ellas reaparecen candidatos que demuestran la carencia de un mínimo de pudor político. No tienen, en efecto, escrúpulos en presentarse a pesar de que sobre ellos pesan sospechas públicas de corrupción. Les falta un mínimo de pudor, que es la antesala de la dignidad”.
Explica puntualmente que “la ciencia o arte de la política es antiquísima. Plutarco, el filósofo e historiador de origen griego que acabó siendo ciudadano romano, alertaba con aquella sentencia que se hizo famosa: “La mujer del César no sólo debe ser honrada sino parecerlo”. Hoy, dos mil años más tarde, se diría que nuestros políticos han ido mucho más allá, pero para mal. No sólo no se preocupan por parecer honrados sino que ni les preocupa serlo, ni que se sepa que no lo son. Así se explica que muchos candidatos que se presentan a pedir votos hayan sido condenados por la justicia, o están bajo proceso o sospecha de delitos de corrupción. Hay quizás algo peor. A veces esos políticos que ni se preocupan por ocultar sus delitos o acusaciones sobre ellos son los más votados por los ciudadanos y los que reciben más dinero para sus campañas.
Un caso emblemático es el del candidato a gobernador en el Distrito Federal de Brasilia, José Roberto Arruda. Fue el primer gobernador en funciones de este país que acabó dos meses en la cárcel y perdió sus derechos políticos por un tiempo. ¿Se retiró de la política? No. Ahora vuelve a ser candidato a gobernador por uno de esos malabarismos absurdos de nuestra justicia electoral. El Tribunal Electoral Regional del DF, basado en la ley Ficha Limpia, lo condenó en segunda instancia por malversación de fondos públicos. Arruda puede continuar en campaña porque apeló la decisión. La última palabra la tendrá el Tribunal Superior Electoral. Arruda está recibiendo más ayudas financieras oficiales que el resto de los candidatos y está a la cabeza de las encuestas con el 35% de los votos. Podría ganar en la primera vuelta. ¿Es eso imaginable en una democracia seria?”, se pregunta.
En el artículo, que es extenso, también menciona otros nombres de los políticos brasileños cuestionados, y luego precisa que “la verdadera reforma electoral para moralizar la política debería arrancar de la conciencia de los ciudadanos. Escándalos como los que aparecen en la gestión de Petrobras, con graves sospechas de despilfarro de miles de millones de dinero público, o los del cartel del metro de Sao Paulo serían suficientes en un país desarrollado para que muchos de los candidatos de esos partidos, incluso bajo sola sospecha de estar involucrados en el asunto, tuvieran el pudor de no presentarse a las elecciones.
Es cierto que en países europeos o en Estados Unidos existen casos graves de corrupción. La diferencia fundamental, sin embargo, es que en aquellos países la impunidad es mucho menor. El que es sorprendido con las manos en la masa paga y sale definitivamente de la política. En Francia no hace aún dos meses el expresidente Nicolás Sarkozy fue detenido por la policía en su casa y llevado a la comisaría para ser interrogado por un presunto escándalo de corrupción cometido cuando estaba al frente de su país y puede acabar en la cárcel. En España está siendo procesada por presunta corrupción la hermana del rey Felipe VI. La Corona le ha quitado todos los privilegios que le pertenecían por linaje.
En Italia el poderoso expresidente Silvio Berlusconi tiene en curso varios procesos judiciales. Uno de ellos lo condenó a hacer trabajo social con enfermos de Alzheimer. El resto de procesos tiene penas de prisión”.
Juan Arias prosigue enfatizando que se habla, desde siempre, de que Brasil necesita con urgencia una gran reforma política que devuelva a los políticos un mínimo de credibilidad. Dicha reforma, por lo que estamos viendo, tendría muy poco efecto si fuera emprendida por dichos políticos. Y evocando lo que le dijo un ciudadano de ese gigante país, refiere: sus palabras me hicieron recordar un artículo del recién fallecido novelista brasileño, Joao Ubaldo Ribeira, en el que ironizaba que era difícil que en Brasil hubiese indignados contra la corrupción ya que el sueño de los brasileños era “tener un político corrupto en la familia” que le resolviera todos los problemas.
Concluye sosteniendo que la verdadera reforma electoral para moralizar la política debería arrancar de una nueva conciencia de los ciudadanos, de que un país no podrá progresar ni ser moderno y próspero si no es capaz de librarse de estos viejos vicios de la política que han acabado contagiando a la misma sociedad.
Hemos reflejado parte de esa opinión porque no deja de ser importante, y todo lo anterior bien vale que sea tomado en cuenta, cuando justamente Bolivia se encuentra ya enfrascada en las batallas electorales, ante lo cual bueno sería que desde todo frente en contienda se tome en cuenta esas apreciaciones buscando lograr que de verdad la política se ponga al servicio de la sociedad, y no sea al revés, ya que así nunca se podría hablar de “pudor” en la política.
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