Primera parte
Guillermo Choque Aspiazu
Internet es una red de “cosas”, a diario millones de personas se conectan a una red de la que participan computadoras de sobremesa, portátiles, servidores, routers, etc, y a los que se vienen sumando una nueva gama de dispositivos móviles: Tablets, Smartphones, PDA’s, etc. Según Taravilla, en el artículo publicado el año 2013 titulado “El futuro de la red: Internet de las cosas”, Internet de las cosas es la propuesta de colocar sensores y dispositivos en objetos, a fin de que puedan ofrecer información sobre su estado, localización y características a través de la red fija o inalámbrica. Es decir, permite que los objetos cotidianos estén también conectados a Internet, ofreciendo un mundo de interacciones entre humanos y máquinas o entre máquinas y máquinas hasta ahora desconocidas. Un escenario que supondrá que miles de objetos se unan a la red en un breve plazo y participen en una nueva y tupida malla de interconexiones e información. Al realizar el análisis de las estadísticas mundiales publicadas en Internet, se estima que ya son más de dos mil millones las personas que se conectan a Internet, y que en el año 2015 habrá que sumar a esta cifra unos quince mil millones de objetos conectados. Tanto las personas como los objetos van a poder conectarse y participar en la red casi en cualquier momento y lugar. En caso de cumplirse las previsiones, las personas se encuentran en las puertas de un nuevo modo de interacción en el mundo físico, inspirado en la idea de ubicuidad y facilitado por el desarrollo de las tecnologías de la información y la industria electrónica. Se crearía una malla de conexiones en el planeta que establecería una especie de “sistema nervioso mundial”, donde la aldea global de Marshall McLuhan, descrito en sus libros “La Galaxia Gutenberg: La génesis del hombre tipográfico” publicada el año 1988 y “Comprender los medios de comunicación: Las extensiones del ser humano” publicada el año 1996, alcanzará a los objetos cotidianos.
Continuando con el análisis de las estadísticas mundiales publicadas en Internet, las redes sociales como Facebook superan fácilmente los seiscientos millones de usuarios, y casi dos mil millones de personas se conectan a Internet, comparten información y se comunican a través de blogs, wikis, redes sociales y muchos otros medios más en un mundo conectado de objetos inteligentes. Según la Fundación de la Innovación Bankinter, en el estudio publicado el año 2011 con el título “El Internet de las Cosas”, este concepto, mundialmente conocido, consiste en que tanto personas como objetos puedan conectarse a Internet en cualquier momento y lugar. Tan simple como eso. Sin embargo, la sencillez de su definición no debe cegar a las personas frente a la complejidad de sus implicaciones. El Internet de las cosas es una realidad muy presente que está evolucionando. Millones de dispositivos están siendo conectados entre sí a través de distintas redes de comunicación. Pequeños sensores permiten medir desde la temperatura de una habitación hasta el tráfico de taxis en una ciudad. A diario, cámaras de vigilancia velan por la seguridad en los edificios y los paneles del metro indican el tiempo que falta hasta la llegada del siguiente tren. Incluso en las multas de tráfico existe poca intervención humana. Cada vez más objetos están siendo integrados con sensores, ganando capacidad de comunicación, y con ello las barreras que separan el mundo real del virtual se difuminan. El mundo se está convirtiendo en un campo de información global y la cantidad de datos que circulan por las redes está creciendo exponencialmente. Términos como gigabyte, mil millones de bytes, o terabyte, un billón de bytes, se están quedando desactualizados y dan paso a los petabytes, mil billones de bytes, o exabytes, un trillón de bytes, que reflejan más la realidad de la información global, pero que pronto pueden quedar también atrasados.
El Internet de las cosas no es una idea nueva. A principios de los años noventa, Mark Weiser, director científico del Centro de Investigación Xerox de Palo Alto, en el artículo escrito el año 1991 con el título “La computadora para el siglo 21”, introdujo el concepto de “computación ubicua”, que abogaba por un futuro en el que la computación desaparecería de la vista de las personas, es decir, que formaría parte integral de la vida diaria de las personas y resultaría transparente para todos. Weiser no acuñó el término Internet de las cosas, el mismo se atribuye al “Centro Auto-ID” del Instituto Tecnológico de Massachusetts a finales de los años noventa. Sin embargo, la idea del Internet de las cosas, ha tomado relevancia práctica gracias a la rápida evolución de la electrónica durante la última década.
En el análisis realizado por la Empresa SRI Consultores en Inteligencia de Negocios, descrito en el documento publicado el año 2008 titulado “Tendencias Globales 2025: Un mundo transformado”, en el Internet de las cosas los analistas suelen describir dos modos básicos de comunicación: (1) Cosa–persona. Las comunicaciones de este tipo abarcan una serie de tecnologías y aplicaciones en las cuales las personas interactúan con cosas y viceversa. Las más comunes son el acceso a distancia, control remoto y monitorización. También existen cosas que informan a las personas de cambios en su estado, datos recogidos, etc. Los objetos con ese comportamiento suelen denominarse “Blogjects”, esta palabra es un neologismo creado por Julian Bleecker para referirse a objetos que comunican sus experiencias. (2) Cosa–cosa. Abarca tecnologías y aplicaciones en donde objetos interactúan sin que ningún humano haya iniciado la interacción ni sea receptor o intermediario. Los objetos pueden controlar otros objetos, tomar medidas correctivas y realizar notificaciones a las personas según sea necesario.
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