Hay virtudes que deberían ser innatas a los políticos; sin embargo cada uno peca por no actuar conforme a ellas. Hay una especie de despilfarro de posiciones en que se dice todo, se promete hasta lo utópico hasta se plantea cuestiones que, bien se sabe, serán imposibles. Nuestros políticos barajan muchas cosas y hasta las que rechazaron hace años las reponen ahora seguramente con la finalidad de captar la confianza pública.
Hay dos condiciones fundamentales para el ejercicio político-partidista: contar con moral, libre de tachas que puedan servir de armas contundentes a los contrarios y, por otro lado, ser prudentes en lo que expresan. La prudencia es virtud de los cautos y serenos, es camino seguro para quienes buscan alcanzar metas difíciles; es virtud y condición necesaria para entender a los demás y tomar lo que dicen como lo que es y, en casos, teniendo en cuenta de quién proviene.
Lanzarse al campo de batalla con improperios o con recuerdos de lejanos pasados por hechos en los que también se ha participado y en casos se es responsable, no es bueno ni constructivo; es, en todo caso, contrario a un sano y comprensivo entendimiento de lo que dicen quienes arguyen situaciones o hechos que no corresponden y que tienen añadidos que rayan en lo falso.
Quien no actúa dentro de márgenes de moralidad, debe entender que con ese comportamiento muestra no tener dignidad ni rectitud ni honradez; por supuesto, carece de conciencia de sus propios actos porque lo que dice y hace va en contra de sus propios principios que no deben ser pisoteados ni manoseados tan sólo por “responder como merece” quien, a su vez, vive y actúa equivocado.
En política, cuando se “escupe al cielo” hay que tener cuidado y hacerse a un lado para no recibir lo lanzado al aire; pero, hay que hacerlo con la conciencia tranquila, con la seguridad de no estar en los campos indebidos que se dice que no se está. Tropezar en los mismos obstáculos de quien no obra ni moral ni prudentemente, es adentrarse en los ámbitos de la indecencia y la indignidad.
El comportamiento de nuestros políticos tendría que tener en cuenta que ellos adolecen de los mismos defectos que critican a otros y, además, están sujetos a cometer los mismos yerros que los criticados, los errores con que se denosta a los demás tan sólo por la creencia de que se obra correctamente cuando en los hechos se demuestra lo contrario.
Moral y prudencia deben ser conductas que acompañen el actuar de la política partidista, especialmente cuando se busca la confianza pública y se espera resultados favorables en los procesos eleccionarios.
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