Vivimos tiempos de pre-elecciones, un lapso que debería estar destinado, por los partidos y sus candidatos, a dar a conocer sus intenciones, programas, principios y, sobre todo, sus compromisos para lo que serán y harán si llegan a posiciones de poder para administrar el Estado; pero, contrariamente a ello, se repite lo que en varios procesos anteriores se produjo: controversias, diferencias, enfrentamientos y enrostramientos de lo que es y no entre las candidaturas.
Parece muy difícil entender para los políticos que la libertad es el bien mayor logrado por el ser humano; pero, en todo caso, es un bien que debe ser usado con responsabilidad, con respeto y consideración por los demás; se muestra que la política partidista obliga a sus protagonistas a convertirse en enemigos para obrar no con libertad sino con libertinaje. El frente oficial, encabezado por el MAS, partido del Presidente-candidato, posee todo el poder logístico y de presión a sus contrarios, tiene a su disposición medios de comunicación escrita y oral que sirven a sus propósitos; no adolece de ninguna falta para su campaña y, por supuesto, ha sembrado, en nueve años, la consigna de que el sistema implantado a partir del año 2006 debe seguir porque, según ellos, es el mejor medio para combatir al colonialismo, al imperialismo norteamericano, al neoliberalismo, al capitalismo y a todo lo que es contrario a las corrientes de izquierda extrema, aunque en los hechos el Gobierno practique todo ello.
En cambio, la oposición se hace parte de la “guerra de insultos” y, en competencia, hace gala de odios y reproches que cansan al pueblo; utilizan medios escritos y orales denostando al Gobierno. No hay sindéresis ni coherencia en lo que hacen y hasta llegan a enrostrarse mutuamente faltas y defectos con lo que sólo se convierten en propagandistas del candidato del MAS.
De todos modos, como se presentan las campañas, existe una especie de ignorancia de lo que es y debe ser el país para la política partidista. Los hechos, las palabras, las acusaciones, los enrostramientos y otros pecados capitales pre-eleccionarios muestran sólo la inquina, la rivalidad, que se quiere sembrar entre todos y el país pasa a un plano secundario o a cumplir, simplemente, como espectador en el campo de las batallas sucias, en el lugar donde se cree que se dirimirán las situaciones. Es tanta la obnubilación de todos los candidatos y de las personas que los siguen, que nada ven, no reflexionan sobre nada, no meditan ni piensan que el país es el objetivo y causa de su creación y vigencia, el que les da cobijo y hasta confianza para que puedan abrazar políticas de todo tipo.
Como se desarrolla la campaña, se muestra que para los candidatos y sus partidos han desaparecido las condiciones de la libertad y su ejercicio. Olvidaron que la libertad no es dádiva ni concesión de nadie, que es un bien primigenio del hombre y que su ejercicio no puede ser limitado ni manipulado ni tergiversado, ni utilizado para fines vedados; han olvidado que la libertad es un ejercicio responsable, ajeno a todo lo que implica atentado a los derechos humanos, extraña a toda actividad que menosprecie o minimice el libre pensamiento o la espontánea y libre expresión del ser humano. Han olvidado, finalmente, que la libertad construye, edifica, racionaliza, engrandece las obras, embellece toda obra humana y sirve para el bienestar de la humanidad. Olvidaron que la libertad es un ejercicio pleno de todo lo que las leyes morales, religiosas y civiles permiten y que cuando se las viola, tergiversa o contraviene, se ingresa directamente en el campo del libertinaje, que es obrar sin responsabilidad ni conciencia.
Así, la libertad no es patrimonio ni concesión ni dádiva de quienes tienen poder político, económico o social; es, en todo momento y circunstancia, un derecho, un bien inmanente al hombre. Por ello, en cuestiones políticas que tienen que ver con los gobiernos o regímenes que administran un país, la libertad no puede ser restringida -mientras no se violen las leyes-; en otras palabras, no hay libertad a medias, por migajas, racionada o limitada; no hay libertad condicionada a la voluntad o interés de quien tiene poder y por ello, inclusive, no puede haber “arresto domiciliario” porque perder la libertad así sea para habitar un palacio, un castillo o simplemente una casa o una habitación o un espacio limitado, es restringirla, violarla, conculcarla. Disponer “arresto domiciliario” es, simplemente, cambiar de residencia a quien es acusado de algún delito y mucho más de quien está preso sólo por pensar diferente, por ser de otro grupo político o por criticar al Gobierno o a la autoridad.
Urge, pues, para el caso de nuestro país, que, sin tapujos, pretextos, subterfugios o argumentar absurdos, se libere a los presos políticos, se permita el retorno, libre y garantizado, de los exiliados o de quienes se han visto obligados a abandonar al país impelidos por el miedo, el temor a las represalias o a juicios sin argumento legal alguno. Es preciso que todos ellos retornen y sean parte del proceso de elecciones, sea como candidatos o simples electores.
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