Es increíble cómo la política partidista actúa cuando se trata de la defensa de posiciones e intereses de su conveniencia: no hay un mínimo respeto por el país y por el pueblo que acudirá a las urnas para votar, no hay consideración por nadie; no reza para los partidos políticos el principio de que la moral partidista debe sustentarse en el respeto y consideración a la colectividad.
Los políticos, de todas las tendencias y partidos actúan por igual, de idéntica manera porque así influirán en los votantes. En su obnubilación no se dan cuenta de que cuanto menos digna y decente es su conducta, más decepción causan en el pueblo y hasta desalientan a los electores no sólo para no poder escoger un candidato digno de su confianza, sino que, en muchos casos, llegan a la conclusión de que, como se presentan las campañas, “más vale no votar”.
El ejercicio de la política debe ser respetuoso, honesto y responsable no sólo con lo que se promete o incluye en programas, sino cómo se desarrollan las declaraciones, qué y cuánto se dice, pero constructivamente, sin odios ni rencores, haciendo abstracción de los complejos y resentimientos. La política a practicarse en la campaña debe ser limpia, honesta y hasta caritativa con el país y los contrarios porque nadie tiene derecho al insulto, al reproche malsano, al enrostramiento de errores y faltas que se haya cometido. Recurrir a lo que se hizo en otras campañas, agravarlo y agrandarlo muestra hasta qué punto los políticos no han aprendido de sus propias experiencias, de lo mucho que ellos han reclamado en su favor y que hoy lo pierden.
La comunidad nacional, al observar una especie de “guerra de insultos”, reflexiona y se pregunta: ¿Como lo hacen en campaña van a actuar en el desempeño de funciones en el gobierno o en cualquiera de los otros poderes? ¿Seguirán con sus odios y comportamientos malsanos? ¿Qué se puede esperar de quienes no guardan mínimas reglas de comportamiento? ¿Cómo pueden asegurar que actuarán con honestidad si son elegidos, si borran todo lo que dicen con las sucias campañas en las que están inmersos?
Como van los hechos, parece que ninguno de los candidatos tiene autoridad para pedir a sus correligionarios y áulicos que morigeren su conducta, que no lleguen a la campaña procaz, sucia, inútil; ni pedirles que tengan moderación y respeto. Todos se dejan llevar por la ilusión de que la ciudadanía votará por ellos para que ganen por amplios márgenes. Con los optimismos fuera de lugar y con campañas sucias, ¿qué se puede esperar de los políticos? Será bueno, pues, que actúen con mesura, prudencia y respeto; de otro modo, a las decepciones que tiene la colectividad, se les añadirá muchas más.
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