Héctor Revuelta Santa Cruz
Según el diccionario Larousse soy el que camina a pie: o sea que soy un transeúnte de la selva de cemento, amenazado por rugientes bestias de cuatro ruedas que tratan de triturarme.
A veces soy cumplidor de las normas de circulación; pero, otras no, y me comporto como cualquier cuadrúpedo. La mayor parte de los conductores no respetan mis derechos, las autoridades poco se acuerdan de que soy lo más importante de una ciudad, que soy un ser desprotegido porque estoy en desventaja frente al conductor, que tiene una coraza de fierro que lo protege.
Dicen que mis vías para la circulación son las aceras y los pasos peatonales o cebras, donde algunas veces existe una raya blanca para que se detengan los vehículos; pero las deshechas aceras están llenas de obstáculos y de vendedoras y la mayor parte de los conductores invaden mi área tocando bocina en mi oreja y pisándome los talones, y para poder cruzar la calle tengo que torear a los autos. Científicos ociosos demostraron que el ruido produce graves daños a la salud mental y física; pero algunas autoridades, como el stres no se ve, no se dan cuenta de que efectivamente me estoy enfermando de tanto ruido en esta ¡oh Linda La Paz!, candidata a “ciudad maravilla”.
Si los conductores abusan de la bocina, que se dice que está prohibido tocar, los varitas abusan de sus pitos que tocan en mi oreja a rabiar, sin importarles el daño que me hacen; y, después, cuando les reclamo me dicen: ¡Estoy trabajando!
Todos los días tengo que hacer cuatro viajes: de mi casa al trabajo y de mi trabajo a mi casa; y, de peatón estrangulado y sin derechos, paso a ser pasajero angustiado, por no encontrar un vehículo de servicio público que me transporte, (en calidad de carga), y cuando lo encuentro soy maltratado por algunos choferes y si educadamente digo “gracias”, me responden gruñendo “¡ya!”. Si soy de la tercera edad los trufis no me quieren llevar porque dicen que tardo mucho en subir o bajar; si uso polleras dicen que ocupo mucho espacio; si estoy con mi wawa, dicen que molesto a los pasajeros; si tengo un pequeño bulto, tampoco me quieren llevar. Soy discriminado todos los días y existe una linda ley contra la discriminación ¡Bien publicitada en la televisión!, de la que se ríen muchos choferes; y las autoridades… ¡bien gracias!
Se declara el domingo 7 de septiembre “Día del peatón”. ¡Gran beneficio!, ¿y los otros 364 días? ¡Que me coma el tigre! Me río de esta farsa que se parece mucho al marido que le pega a su mujer todos los días del año y un solo día deja de hacerlo. ¡Qué marido más buenito!
En la vía pública cada día veo a mis congéneres con caras que no son las mismas de ayer: están malhumorados, con el ceño fruncido, agresivos. ¿Por qué será no? Por todo esto ¡pido la palabra!
El autor es Ing. Civil, docente de Ingeniería del Tráfico de la UMSA
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