Bolivia nació a la vida independiente con tres vías de salidas al mar, dos por Oriente y una por Occidente. Lo recuerdo porque la mayoría nacional ya lo olvidó. Estas vías son:
Primera.- Por la Cuenca del Plata, navegando los ríos multinacionales que hoy conocemos como la Hidrovía Paraguay-Paraná. Por esta vía llegó Ñuflo de Chávez y la corriente asunceña, que fundó la primigenia Santa Cruz de la Sierra, en 1561.
Segunda.- Por la cuenca del Amazonas, navegando los ríos nacionales afluentes del río Madera primero y Amazonas después.
Esta dos vías fueron la usada para las exportaciones cruceñas y benianas a ultramar, en los siglos XVIII y XIX; principalmente.
Los batelones cambas de 22 toneladas viajaban desde Santa Cruz en épicas travesías de 6 meses hasta Belén do Pará-Brasil, de donde existía un bien establecido comercio con el Viejo Mundo. Nuestra vocación exportadora no es nueva, fue de siempre.
Ambas rutas comerciales fueron dañadas por el artículo 2° del Tratado de Amistad, Límites, Navegación, Comercio y Extradición de 1867, firmado con el Brasil, cuestionado por los cruceños en el célebre memorándum de 1868.
La tercera.- La vía que perdimos con Chile, en la Guerra del Pacífico, entre 1879 y 1883.
El centralismo de ayer y de hoy ha tenido un trato disímil respecto a las vías de salida al mar por Oriente y Occidente. La salida del Pacífico tuvo todo el apoyo: una guerra en el pasado y una demanda ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya en el presente. Por el contrario, nunca se tomó en cuenta nuestro reclamo en el Memorándum de 1868, Puerto Busch y el Polo de Desarrollo del Sudeste, duerme el sueño de los justos.
Lo natural es que Oriente exporte por sus propias vías y Occidente haga lo mismo. Ambas vías son importantes para el progreso nacional. No puede haber tratos de hijos y entenados.
La falta de voluntad política para construir Puerto Busch, uno de los proyectos históricos de Santa Cruz, es lamentable. Los gobiernos del pasado nos pusieron todos los obstáculos posibles, y el de hoy también.
Ya ni siquiera el problema es plata. Un grupo de empresarios cruceños ha ofrecido la construcción de este puerto, a cambio de una concesión por 40 años. Tiene el proyecto a diseño final, el estudio de impacto ambiental y el estudio de factibilidad técnico-económico. El problema es que el Gobierno los considera sapos de otra laguna, y no les permite desarrollar el proyecto.
Perjudicando a Santa Cruz, se perjudica también a Bolivia.
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