[Juan Carlos Tapia]

Potenciar o reforzar


El Gobierno, aprovechando el aniversario de las Fuerzas Armadas, previo al desfile, prometió crear un fondo de Defensa con recursos provenientes del IDH. En concreto, la promesa presidencial se refiere a la “defensa”, sin darse cuenta de que esta es una situación superlativa a las Fuerzas Armadas; en tiempo de guerra es la nación movilizada, integral y total; en tiempo de paz se llama seguridad, protección, garantía y tranquilidad de la nación. Por lo tanto las Fuerzas Armadas constituyen parte elemental, como su brazo armado, pero hasta la fecha no existe una doctrina de seguridad que señale su organización y empleo.

En la parada militar, ni la gala bizarra de sus miembros, y su excelsa demostración patriótica, pudo evitar el disimulo de nuestra frustración frente a una realidad difícil de camuflar, la manifiesta vulnerabilidad que representa su modesto y obsoleto equipo y material bélico, que no condice con los tiempos modernos. En estas condiciones, pretender ejecutar algún operativo de acción extrema o que se trate de la defensa de nuestra soberanía, sería un suicidio o una acción como David sin honda frente a Goliat, o la caballería polaca frente a los acorazados alemanes “panzer” (II GM), finalmente, palestinos frente a los judíos.

Una nación como la nuestra, llena de un supuesto orgullo, no puede continuar soñando ilusa con que el enemigo cederá lo que ansiosamente se pretende; tampoco podemos permanecer quietos alentando la misma cantaleta, sin generar un verdadero espíritu reivindicatorio. Pasará otro siglo y la falta de espíritu continuará en la misma postración de conformismo, y posiblemente en ese tiempo se pierda toda esperanza, ni siquiera los slogans o etiquetas alusivas perduraran, y las FFAA continuarán con la misma estructura de su supuesto poder bélico tan inicuo e injusto. Un Estado-nación sin industrialización, progreso y desarrollo como el nuestro, carece de fuerza y poder nacional, de hecho sin posibilidades de defensa, menos de ataque.

En estas instancias, prometió mejorar la estructura cuartelaría y de viviendas, al mismo tiempo con un claro énfasis se refirió a potenciar a esta institución, que al final incide en un fortalecimiento. Una evidente confusión de términos (potenciar y fortalecer) nos muestra la supina ingenuidad del discurso. Potenciar significa que el Estado goza de un alto poder y fuerza, sobre todo dominio del conocimiento y riqueza, el poder brota del cañón de un arma (Mao Tse Tung). En la guerra determina el avance y éxito completo, si el espíritu permite la derrota del enemigo. A pesar del mal olor que trasciende el simple concepto de poder, debido al mal uso que se le da a este instrumento, restringe todo afán de construir el poder nacional. En cambio fortalecer es simplemente aumentar cosas o material sobre lo que ya se tiene.

Potenciar una fuerza militar no es algo sencillo, es dotar todo un conjunto de material y equipo bélico, basado en la organización continental de los ejércitos, sujetos a las exigencias y prioridades de la guerra moderna, ciencia y tecnología. De cristalizarse tal ofrecimiento, nuestras Fuerzas Armadas estarían obligadas a una real reestructuración, reduciendo a tres grandes unidades especiales, entre 10.000 a 30.000 hombres, pequeñas unidades efectivas de gran capacidad de despliegue y desplazamiento rápido, nueva doctrina de guerra y requerimientos importantes a las exigencias modernas.

Sin embargo, resulta importante anotar que una adquisición de tal magnitud, representaría una inversión cuantiosa de increíble incidencia en lo económico (PIB), en las inversiones públicas, en lo social, (educación, cultura y salud), salvo que el pueblo se empeñe en este sacrificio. El poder y fuerza de nuestro Estado es el poder hegemónico político partidario, de elevado perfil totalitarista, centralista que enfrenta y divide al país, agrede la Constitución Política del Estado, prebendaliza el apoyo y persigue al opositor, abusa de los dineros del pueblo en gastos dispendiosos y estrafalarios.

En estas circunstancias, resulta difícil asimilar tales ofrecimientos, por el mismo toque electoral del discurso, y la depurada demagogia de engaños y mentiras, producto del entusiasmo e improvisación. Mejor sería quedarse con el término fortalecimiento, el goteo de remiendos logísticos operacionales. Muchos militares dirán que peor es nada, los anteriores gobiernos nada hicieron, tan cierto y falso, pues esta institución nació con la República y tiene casi dos siglos de vida, hasta ahora no pudimos encontrarnos. Clausewitz decía “como está mi pueblo están mis ejércitos”.

El efecto prolongado de un tiempo de paz, en cierto modo es tan pernicioso para una nación, en especial para los ejércitos, ya que resta energía, vigor y espíritu de guerra, enceguece la condición de avivar desafíos, ánimo y preparación. En este clima, en apariencia afecto a las Fuerzas Armadas nacionales, desconociendo principios doctrinarios, inclusive su razón de ser, éstas se declaran en fuerza deliberante, socialistas, marxistas, etc., en un emblemaje que distingue el avance y desarrollo institucional, dando origen a una serie de interrogantes: ¿Estaremos listos para un enfrentamiento convencional? ¿La disciplina y subordinación será una constancia firme y perseverante?, ¿o será como en el ejército “rojo”, detrás de cada soldado, clase, oficial y general un comisario? Dios guarde a las Fuerzas Armadas.

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