En la colectividad nacional, en todo período de elecciones, surge una pregunta: ¿las promesas de candidatos se harán realidad? Luego de elecciones surgen las decepciones, en primer lugar por las poses de orgullo y petulancia que muestran los ganadores, porque no pueden tener la humildad -gran virtud del ser humano- de reconocer que el haber ganado en un proceso es muestra de la confianza del elector que, espera, el cumplimiento de promesas, programas e intenciones.
Vivimos en democracia y ello implica que nos adentramos cada vez en el marco de sus diversas ventajas y cualidades que, empezando por la libertad, podemos disfrutar. Se hace difícil entender que democracia es medio de gobierno y vida de los pueblos pero bajo el entendido de que para ello deben regir la Constitución y las leyes, las virtudes y valores de quienes son autoridad, las condiciones de honestidad y responsabilidad con que se manejen los bienes del Estado puestos bajo su administración y sana disposición.
Hay muchas promesas que se hace en períodos pre-electorales porque los diversos candidatos expresan, al calor de sus entusiasmos y optimismos, diversidad de criterios sobre las condiciones en que se encuentran las diferentes instituciones del país y creen que, en un momento, pueden delinear y planificar las posibles soluciones. Olvidan que no han nacido ni están formados para ser presidentes de la República, ministros de Estado, senadores, diputados o siquiera simples funcionarios de una dependencia pública y que sólo con vocación, conciencia, humildad y reconocimiento de cuán poco se sabe, pueden aprender, pueden examinar los diferentes problemas y, en conjunción con su entorno o con quienes saben más, pueden encontrarles solución.
Hay muchas promesas que el elector sabe bien no serán cumplidas; pero, en el entender del candidato, resultan “medios seguros para captar votos”. Se acogen al engaño o, peor, se engañan creyendo que el pueblo no piensa, no recapacita, no sabe de las dolencias y problemas del país y menos sabe de sus posibles remedios. Creer que el pueblo es inocente y crédulo permanentemente, es ingresar en el campo de la ingenuidad porque si bien una mayoría sólo cree y espera, hay minorías que sienten y saben qué es lo que ocurre permanentemente.
Es preciso que los candidatos sepan qué decir, cuándo, cómo y dónde decir; de otro modo, sólo siembran dudas para luego pasar a las decepciones y las frustraciones para no creer más cuando, en la realidad, lo peor sería no tener fe ni creer que algo de lo prometido pueda hacerse realidad. Las poses de engaño y mentira son contraproducentes; es preferible la verdad ceñida a las realidades en que se vive si se quiere captar y mantener la confianza de un pueblo.
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