Conforme pasa el tiempo de vivir en democracia y cuando estamos a pocas semanas de las elecciones de octubre, menos se puede comprender a los integrantes de los partidos políticos, sean de derecha, centro o izquierda (aunque en el “mare-magnum” existente, de ninguno se puede reconocer en qué tendencia está) en relación con lo que significa adhesión a un partido político, hasta qué grado existen las virtudes de lealtad, fidelidad y consecuencia. Menos se puede garantizar que alguno de ellos no esté impelido por intereses sectarios o muy personales o por su pertenencia a un grupo político.
Vivimos tiempos de pre-elecciones y los transfugios (“camaleonismo” y “pasa-pasismo” en sentido popular) están al orden del día. Últimamente, se han presentado casos de los que ya fue anunciada su participación como senador o diputado plurinominal (elegidos “a dedo” por el “jefe” o comité político partidario) o, también, de quienes aspiran a ser diputados uninominales (elegidos por el voto popular), para ver qué conducta mostrarán hasta las elecciones.
Lo cierto es que en la colectividad hay una especie de vergüenza por la conducta demostrada por quienes pasan de un partido a otro y, peor, los casos de los que, en las últimas dos décadas, han militado en diferentes corrientes partidistas. Estas personas inspiran desconfianza en la población, porque no hay atisbo en ellas de sinceridad, honestidad ni responsabilidad porque cualquier causa baladí es motivo para renunciar. Hay casos en que la renuncia se debe “a no haber sido considerado en las listas para diputados plurinominales” o “no se cumplió compromisos habidos para ocupar determinadas funciones pre-elecciones”; en fin, los motivos son infinitos cuando se trata de defender intereses y posiciones personales.
Si bien hay libertad para pensar, abrazar una doctrina, una ideología o un partido, no hay razones válidas para pasar de una a otra corriente, lo que, en muchos casos, contradice las posiciones adoptadas por quienes, atenidos a sus conveniencias, olvidan sus valores y principios.
Quien está dispuesto o predispuesto al transfugio no es digno de confianza y, con seguridad, quienes lo acogen en un partido, a sabiendas de que pasó de otro, deben partir del principio de que en cualquier momento puede decidir cambiar nuevamente, porque así conviene a sus intereses que, por supuesto, son carentes de moral y decencia.
Cada caso de transfugio -por las razones que se alegue- debe ser motivo de reflexión de los partidos políticos, porque entre los que “se pasan” puede haber algún tránsfuga que decida militar en un nuevo partido al que pueda sacarle muchas ventajas. Elementos de este tipo son dañinos.
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