Daniela Saidman
“La muerte debe ser vencida / La miseria echada / que haya pájaros en cada pecho” dice una y otra vez nuestro Gustavo Pereira, porque aunque la poesía no pueda salvar al mundo, puede ser una llamarada de conciencia.
¿Y qué son los versos sino la angustia, sino la esperanza y el fulgor de un ser humano que se animó a decir nuestro tacto y nuestros sueños? Qué es la poesía sino la constatación de que la utopía es posible ¿No andamos precisamente en eso desde hace quince años, mostrando y demostrando que juntos y juntas podemos hacer realidad la magia?
Llevamos más de una década haciendo nacer la vida buena, con nuestros errores y nuestros tropiezos sí, pero la vida que nos merecíamos desde antes y la que aun debemos dejarles a los que están por venir.
No hay alambradas que puedan detener la caricia, sino es con las manos que se vaya volandera con el viento. ¿Quién ha visto que la paz se quede atascada en los alambres? No podrán, no pueden pasar sus propios muros quienes atentan contra la esperanza. Se quedan y se quedarán enredados en sus propios odios, porque son pocos y aunque tienen fuerza, del otro lado, del nuestro, sigue creciendo la ale-gría, floreciendo entre sueños, al calor de las risas que los niños como bandadas de pájaros sueltan durante los recreos en las escuelas que en estos años albergan co-mo nunca antes a nuestros hijos.
Ponen alambres como quien construye muros. ¿Se querrán quedar solos con sus odios? ¿Querrán encerrarse para siempre y vivir a la sombra de toda la luz que hoy nos inunda? ¿Cómo no ven los sueños que hemos sabido conquistar? ¿Cómo no ven los niños con escuelas y computadoras, con la barriga llena y con todo el futuro por delante? ¿Cómo no se dan cuenta de sus padres y abuelos que hoy tienen su pensión así hayan sido pescadores o planchadoras de manos sabias? ¿Cómo no sienten las vidas que se salvan por los médicos que están barrio adentro? ¿Cómo no se percatan del esfuerzo para que todos tengamos las mismas oportunidades? ¿No van a las universidades que hoy se multi-plican en cada rincón del país? ¿No se dan cuenta que las casas crecen como por arte de magia y más gente y más niños tienen un techo digno dónde vivir? ¿Y todas las plazas ganadas al abandono? ¿Y el agua que sale cuando antes todo era sequía en las manos de los pobres? ¿En serio no ven? No pueden ser tan ciegos...
Pero contra las alambradas enarbole-mos nosotros la magia, la de sabernos muchos y alegres, la de la certeza de que nos asiste la razón... Nos acompañan en este vuelo que no se detiene por púas las voces de antes, la de Guaicaipuro y Bolí-var y Miranda y Manuela... también la de los cerros que se sembraron allá un febre-ro de 1989 y que aún nos dicen presentes. Con nosotros el abrazo del más nuestro de los nuestros, ese Chávez gigante. Por eso no hay alambres ni muros ni barricadas, porque la nuestra y la de ellos aunque no lo quieran ver, es la batalla del amor por sobre las sombras, la de la ternura por so-bre el odio, la de la esperanza venciendo la indiferencia. No hay alambres que pue-dan contra las alas extendidas que alzan vuelo en nombre de la paz verdadera, la paz que memoriosa hace justicia y es libre para alcanzar el porvenir. Este no es el tiempo del odio, este es el tiempo del Pue-blo y sus infinitas ganas de volar, porque los pájaros como dice el poeta anidan dentro nuestro.
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