Laura M. López Murillo
En el lenguaje se reflejan las actitudes socializadas en un determinado contexto. Ya se incorporaron al diccionario el verbo “googlear” y el abominable término “phubbing” que proyectan los nuevos hábitos en la sociedad de la información. Debido a la rápida generalización de este neologismo en las redes sociales, donde se mencionó en un 17% de las conversaciones, el Diccionario de Oxford eligió el término “selfie” como la palabra del año y la define como la fotografía de uno mismo, captada con un smartphone o con una cámara web y que se publica en los medios sociales de la Red. El autorretrato digital es un fenómeno viral: ya existe un manual de 8 pasos; recientemente se realizó un análisis estadístico en SelfieCity y Selfiexploratory es una herramienta para localizar todas las variantes de los selfies publicados.
Los selfies han generado una intensa polémica que gira en torno al reconocimiento social. Se ha emitido la alerta de posibles padecimientos provocados (paranoia, depresión, celotipia) por una escasa aceptación, equiparable al rechazo. En esta práctica se han identificado los rasgos del narcisismo y se detectó la naturaleza adictiva de los selfies cuando se obtiene la aprobación de los usuarios. Uno de los selfies más famosos es de la autoría de Barak Obama en compañía de David Cameron y Helle Thorning durante el funeral de Nelson Mandela.
El fenómeno de la socialización en entornos digitales es muy reciente y aún no se han cuantificado los estragos de los hábitos adquiridos en las redes sociales, pero la sensatez me aconseja buscar el equilibrio entre la realidad y la virtualidad, no caer en los pedantes anacronismos y actualizar las leyes darwinianas adaptándome a los cambios.
No suelo deambular en las redes sociales e intento no procrastinar pero re-conozco que me alegra encontrar a los amigos que dejé de ver hace mucho tiempo y que geográficamente está muy lejos. Como todos los seres humanos, soy curiosa y busco los detalles en las biografías de mis amigos y comparto las publicaciones que me conmueven pero también, como a todos, me afectan los desaires. Por las andanzas en Facebook ya padezco del síndrome de Maléfica: me exaspera encontrar selfies y fotogra-fías de reuniones a las que no me invitaron, y en venganza he bloqueado a todos los que no me escriben ni me consideran y no me arrepentiré aunque se torne verdoso el color de mi piel.
El síndrome de Maléfica provoca las mismas reacciones del rechazo que, desde la oscuridad de los tiempos, es uno de los peores castigos. La exclusión de un grupo causa angustia y desmoro-na la autoestima porque los seres huma-nos, como todas las especies, somos gregarios, la soledad equivale al fracaso y hace miles de años era una sentencia de muerte. Como siempre y desde en-tonces, buscamos las afinidades con nuestros semejantes para satisfacer la necesidad de pertenencia pero ahora lo hacemos a través de una imagen que se transforma en un centro de atención para cuantificar las miradas y ponderar las señales de aceptación…
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