¿Socialismo bolivariano?

Miguel Ángel Martínez Portocarrero

El gobierno presidido por Nicolás Maduro desplegó una contundente batería policial, paramilitar y judicial para disolver las espontáneas manifestaciones de descontento social, iniciadas en febrero a lo largo y ancho de Venezuela. La represión dejó el saldo de 43 muertos y cientos de heridos de distinta gravedad. Como era de suponer, el ejecutivo emparentó las protestas con supuestos afanes conspirativos de la oposición, a la cual también le endilgó la responsabilidad del trágico balance.

Ante la magnitud del conflicto, la comunidad internacional se vio compelida a interponer sus buenos oficios, con tal de morigerar la exaltación de gobernados y gobernantes y obligar a las partes a ventilar sus diferencias en la mesa del diálogo. Al influjo de los denodados mediadores, se aplacó la beligerancia y se inauguró a regañadientes un proceso de negociaciones, con fuerte tufo a vacuo formalismo.

Como se pinta el panorama, es previsible el estallido del precario paréntesis moderador sin fecha de vencimiento y la recidiva de la interpelación callejera porque, al parecer, el vademécum socialista bolivariano no consigna remedios eficaces para contrarrestar el tórpido impacto de la crisis económica y social, sobre las espaldas de la mayoría de los 30 millones de venezolanos. Es fundada razón para que caiga en saco roto el pregón revolucionario de las autoridades nacionales.

A la luz de los recientes acontecimientos, observadores y analistas independientes vaticinan el agravamiento de la situación, si la administración de Maduro, a pesar de sus traspiés, sigue empecinado en aplicar fórmulas contraindicadas para solucionar la compleja problemática. Por el momento, cunde la sospecha de que el oficialismo no modificará el denominador de su accionar. Eso desnuda una vocación violentista, que tan sólo engordará el desbarajuste actual.

Los indicadores macro y micro económicos dan crédito a lo expresado: Venezuela es campeón mundial en déficit fiscal; se lleva la flor con una inflación acumulada de 56%, la más alta de la tierra; superior en 9 veces al promedio en América Latina, y 41 veces por encima del promedio en los países industrializados; en tanto que la inflación anualizada es del 74% y el Producto Interno Bruto agoniza en el -0,6%

Cuesta creer que Venezuela esté pasando las de Caín, si sus arcas fiscales reciben sin cesar envidiables montos de dinero fresco, por la comercialización del encarecido petróleo en el mercado internacional. Sólo en los últimos 15 años, el precio del crudo se valorizó en 363%.

Entendidos en la materia calculan que los astronómicos ingresos sobrarían para derrotar al subdesarrollo, pobreza, desempleo y la inseguridad y construir en la patria de Bolívar un emporio de prosperidad y modernidad.

Pero nada de eso se concretó, ya que como por arte de magia, la fortuna se difuminó y advino la insolvencia estatal, por ende el incremento de la deuda externa. Maduro en su corta gestión la aumentó a 122.300 millones de dólares. Sólo a China se le debe 25.000 millones de dólares, siendo que las reservas del Banco Central, rayan los 20.000 millones. Se acrecentó la pobreza en 27.3%; porque, entre otras cosas, a sazón del demencial mercado paralelo de divisas, el salario básico próximo a 400 dólares, nominalmente el más alto de la región, se convirtió en unos 40 dólares, o sea, en el más bajo del hemisferio después de Cuba.

Es más, los sueldos devaluados se siguen constriñendo con el desabastecimiento y la especulación. Desde ya, es nula o escasa la oferta de alimentos, medicinas, repuestos, insumos hospitalarios, materiales de construcción, papel higiénico, ropa, etc. y no se puede viajar al exterior, primero, por falta de divisas y, segundo, por la disminución de la frecuencia de vuelos de las aerolíneas internacionales. Aun con esas limitaciones, 800 mil personas se han dado modos para emigrar al exterior, en busca de mejores condiciones de vida.

Amén de las frías cifras, sería inmoral soslayar la conjugación del nefasto manejo de la cosa pública, con el empeño perverso en conculcar los derechos humanos y las libertades elementales de expresión y de información, como resorte para enmudecer la justa indignación civil, y desvirtuar la realidad al antojo del gobierno de turno. Ambos aspectos son las caras de la misma moneda depreciada: el socialismo bolivariano.

En fin, sólo Dios sabe quién metió la mano en la lata y orilló a los hogares venezolanos en la tristeza, la incertidumbre y el hambre.

El autor es periodista.

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