Del “repercusionismo” a la arqueología de la información

Erick Fajardo Pozo

Política, periodismo e historia sostienen una prolongada e intensa relación que, con la irrupción de una era digital “infidente”, se ha tornado enfermiza y suspicaz. Son viejos amantes en un agotado triangulo pasional, que enfrenta el desafío de reinventarse y adaptarse a la sociedad de la información.

Desde la era industrial el matrimonio prensa-historia - entiéndase el vínculo entre el registro cotidiano de los hechos y su sistematización periódica-, ha cohabitado con la política cual con una concubina. La prensa como complemento formal de la historia y la política como objeto de la atención, siempre suspicaz, de periodistas e historiadores. De hecho, esa relación se tensionó en el desgaste de una convivencia dilatada y recelosa de la política y sus dobleces.

Ya abstrayéndonos de la metáfora, en una era digital en que la imagen es la especie dominante, la dialéctica entre prensa y política se tornó en dialéctica entre lo real y lo formal; entre la disciplina de la búsqueda de los hechos y la de la construcción de la imagen pública, que a diario disputan por reelaborar una realidad que transcurre “en línea” y “en tiempo real”.

Las cifras de esta nueva realidad son aplastantes: InternetliveStats.com dice que cada día 3.000 millones usan Internet, realizando 2.000 millones de búsquedas en Google y viendo 4.000 millones de videos en YouTube. Twitter reporta 255 millones de usuarios y Facebook 1280 millones. Conclusión: la realidad no es más esa suma de acontecimientos fugaces cuyo único registro por siglos fue la evocación verbal de la memoria humana. Buena parte de ella es imagen, registrada y actualizada al minuto, en la memoria infinita y eterna de la red.

Ante esto, el periodismo político no puede pretender seguir escudriñando y reelaborando la realidad a través de la búsqueda de constataciones o contradicciones en el discurso político formal. El análisis y tratamiento del enunciado no pueden ser más el mecanismo y el límite de verificabilidad de la realidad, cuando el suceso en si yace registrado en el ciberespacio.

Con cada vez más frecuencia la red “regurgita” registros de audio o imagen inéditos que dejan en evidencia no sólo la impostura del discurso político, sino la insuficiencia del “repercusionismo” como método de formulación de la hipótesis periodística.

Foucault diría “la respuesta es el método”. Informar es construir saberes y el método del saber no puede ser el anodino inquirir-corroborar del discurso-testimonial, sino una Arqueología digital. Periodismo e historia enfrentan el reto de pasar del “in situ” al “real time”, dejar de perseguir enunciados y repercusiones para salir a la caza de los registros digitales.

La política busca construir una percepción colectiva estática y conveniente de sí misma a través de la narrativa y el periodismo exponer, en su naturaleza real, la dinámica de los procesos políticos; la autenticidad de sus actores detrás de las narrativas que se construyen para comercializarlos.

La narrativa política emplea la lógica del retrato fotográfico: la captura de una actitud y un momento imperecederos que valdrán por todos los habidos y los venideros. Por oposición, la reconstrucción del hecho -informativo o histórico- aspira a obviar la narrativa y volcarse a los vestigios; a recuperar la bitácora autobiográfica; a reconstruir una realidad capturada y compartida en red por un número creciente de cámaras y dispositivos móviles que registran y virtualizan la realidad mientras transcurre.

El método arqueológico-digital es la búsqueda de esos vestigios “en línea” y “en tiempo real”, es escarbar en esos cementerios digitales perdidos en el ciberespacio, hasta hallar, en lo en apariencia irrelevante, el contexto, el trasfondo y la esencia del proceso político y sus actores.

Los motores de búsqueda y las subvaluadas redes sociales son verdaderas “cajas negras” de la memoria colectiva, que contienen un registro audiovisual, fotográfico y textual, actualizado al segundo, de buena parte de la cotidianeidad y de los hechos de interés público. Hay que formular las preguntas correctas y esos “oráculos” se nos revelarán.

Será hasta entonces que periodismo e historia restablecerán un equilibrio de cohabitación aceptable en su conflictiva relación con una política que se ha tornado en retorcida dominatriz.

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