Menudencias
Si son ciertas las encuestas, que a estas alturas parecen haber generado ya una suerte de convicción general (o resignación, según el cristal con que se mire), es posible escribir ahora mismo la crónica de las elecciones del 12 octubre sin el menor esfuerzo de imaginación y con un alto nivel de exactitud. Bastaría con darles crédito total a las tantas y tan seguidas encuestas que difunden los medios, algunos con una riqueza de imagen e ilustraciones que parecen más bien artes de marketing comercial.
Desde la perspectiva que marcan esas encuestas -puntos más, puntos menos- el común de ellas da por descontado que el presidente candidato será nomás el candidato ganador. Y como de lo que se trata, según parece, es de marcar también tendencia del electorado, casi se da por descontado que la re reelección se dará por más del 50 por ciento. Quiere decir que, de cumplirse esos pronósticos, no habrá necesidad de estrenar la segunda vuelta electoral, uno de los logros más importantes de la nueva Constitución, conculcada ya tantas veces en su tan corta existencia.
Si ese escenario que se pinta es cierto, el único dato que genera expectativa es conocer el nivel de impacto político que podrá tener el voto cruzado. Y ese, por poco que parezca importar, no es un dato menor por dos razones fundamentales. El afán de arrasar, ciertamente, tiene que ver con mucho más que batir un récord del pasado. El motivo más evidente del oficialismo se vincula a la necesidad de garantizarse el control del poder total, sin obstáculos legales a la vista, quién sabe hasta cuándo.
En lo inmediato y por encima de cualquier consideración, de lo que se trata en realidad es de acomodar la Constitución a la reelección indefinida en un proceso político de continuidad de respeto aparente a la legalidad y a los principios democráticos. Se explican así tantas y tan extrañas alianzas, el olvido de viejos rencores y el repliegue de banderas que sirvieron antes para expresar principios y valores ideológicos.
El dato importa porque el control total en el senado y en diputados es fundamental para el proyecto de perpetuidad política, sobre todo por cuestión de apariencias de legalidad. Por eso fue que desde la cabeza se le dio a la militancia la orden que eleva la marca de mayoría absoluta hasta la de mayoría total, en ambas cámaras. Mejor si es por encima, incluso, de los dos tercios que le permitieron ya al oficialismo, hasta ahora, hacer y dejar de hacer a voluntad total.
La segunda razón por la que importa el impacto que pueda tener el voto cruzado de octubre es, sin embargo, más de fondo y tiene mayor trascendencia, a futuro. El solo hecho de que aparezca en algunas regiones o en algunos bolsones de voto duro, por muy escaso que sea todavía, será un indicador de gran significación. Estará marcando el despertar de una conciencia adormecida en la gente sobre su derecho a elegir y ser elegido por encima de las consignas y de las órdenes verticales.
El que se tenga que recurrir al “chicotazo” para imponer la consigna por una lista determinada de candidatos muestra, de manera clara, que no todos obedecen sin chistar. Sobre todo en el campo, donde hay cada vez más gente que no está dispuesta a “tragarse sapos” en aras del interés político coyuntural o de la lealtad al dirigente de turno.
Pero sobre todo, el que pese a la amenaza de “chicotazos” haya gente decidida al “voto cruzado” estará marcando nuevos límites al autoritarismo y al fundamentalismo con el que se manejan las relaciones comunitarias casi desde siempre. Ese autoritarismo que se hace evidente en la provincia Omasuyos de La Paz, por ejemplo, donde los “ponchos rojos” amenazan también con azotar a los candidatos opositores que vayan a hacer proselitismos en sus comunidades, si sus programas no los convencen. O el autoritarismo que le impidió a un candidato el ingreso en Santa Cruz nada más ni nada menos que al local de una Universidad, donde se supone amplio e irrestricto el juego de ideas.
Es la misma cultura de autoritarismo que descalifica totalmente a quien no piensa como uno, porque se cree dueña absoluta de la verdad. Y como cree, además, que su verdad es absoluta, está dispuesto a imponerla a látigo, si es necesario. Que rechaza la opinión del otro, la confrontación de ideas, el debate y la concertación, que son fundamento de la vida en democracia.
A estas alturas, las acciones y reacciones de campaña del oficialismo echan un manto de dudas sobre la veracidad de las encuestas que, paradójicamente, lo favorecen. Pero es un dato seguro que la evolución del voto cruzado puede ser, pues, un indicador interesante del futuro de las tendencias autoritarias y absolutistas prevalecientes hoy. Aunque finalmente influya poco en los afanes oficialistas de control total del poder político.
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