Desde el FARO
En el pasado, en campañas era común escuchar la seguidilla de expresiones y discursos machistas de toda índole de candidatos a la presidencia y al legislativo nacional, sin que a raíz de ello se produzcan daños colaterales, personales y políticos de consideración. Este año, sorprende la intensidad y contenido de la saga de reacciones anti machistas que invaden la atmosfera electoral de los comicios que darán a luz al noveno gobierno nacional de la era democrática.
En efecto, la consigna en redes sociales, #machistasfuerasdelaslistas tuvo como antecedente la renuncia de un candidato a senador de Cochabamba, a la que, salvando diferencias, siguieron hechos criminales que visibilizaron la inadmisible y repudiable cifra de 100 casos de asesinatos/feminicidios en lo que va del año, colocando la problemática de la inseguridad ciudadana y las violencias contra las mujeres en el centro de prioridades ciudadanas.
El tema escaló políticamente ante las insólitas declaraciones “educativas” del candidato Zabala y las disculpas de Su Excelencia, para cerrar con la renuncia del candidato de UD, Navarro, por supuesto caso de violencia. Seguidamente, fue el turno de la policía, entidad cuyos oficiales y clases socaparían casos de violencia cuestionándose su capacidad de lidiar con tan arraigado tipo de violencia, que constituye un cáncer institucional que la corroe. Curiosa y paradójicamente esto ocurre mientras un patriarca memorable como el alcalde Percy Fernández registra los más altos niveles de popularidad y cuando se rutiniza la tolerancia al machismo verbal del presidente Morales.
Reconozcamos, hay machismos diversos, los que matan, los que golpean e intimidan y los más sutiles: cotidianos, condescendientes, galantes, disciplinarios, paternales, e incluso maternales. En todos ellos las mujeres son asumidas como objetos a proteger, controlar o dominar. No son sujetos sociales autónomos, ni personas con el derecho a vivir libres de toda forma de violencia, miedo o coacción. Bajo esta premisa, no nos asombre la evidencia de que no hay fuerza política ni organización social que pueda arrojar la primera piedra en cuanto a machismos de distinto grado se refiere.
Lo positivo de la movida antimachista, es que es la primera vez en la historia que se coloca el tema en el centro de una contienda electoral. Al afectarlos directamente, los actores políticos abren los ojos frente a la severidad de la violencia machista y del conjunto de leyes cuyo fundamento doctrinario no conocen ni entienden, por haber subestimado y confinado su debate a espacios de discusión “de y entre mujeres”. Bajo estas circunstancias, las masculinidades están en crisis y confundidas, y que ello ocurra no es malo. Son muchas las lecciones aprendidas que los líderes políticos deberán aquilatar a partir de estas turbulencias de campaña.
Lo negativo del “factor Zabala, Navarro y de los que vengan”, se asocia a la ignorancia, trivialización, desproporción y espectacularidad en el manejo político electoral y mediático de una problemática que tiene múltiples y complejas aristas a analizar. Deberemos cuidar que en tiempos electorales y, sin ninguna convicción emancipadora, se instrumente estos temas para luego archivarlos.
Será beneficioso que las élites políticas abran su mente y capacidad reflexiva sobre la cultura machista que nos impregna. Que comiencen a digerir el significado y alcance de una lucha que politizó -en buen sentido- e hizo de la violencia intrafamiliar “privada” un asunto de interés público. Que autoridades, a estas alturas, desconozcan esta premisa, resulta inadmisible. Detrás de esta interpelación descansa la necesidad de repensar el discurso, el poder, las masculinidades autoritarias, hoy desconcertadas ante cambios que nos afectan como sociedad y que avanzan lenta pero irreversiblemente.
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