[David Foronda]

¿Espíritu cívico y democrático?


En los últimos tiempos, luego del verificativo de una serie de elecciones en el país, invariablemente se ha venido escuchando expresiones de felicitación hacia el electorado destacando “su patriótica y disciplinada participación en los comicios de forma masiva, lo que ha posibilitado la consolidación de la democracia”. Ya es usual que después de cada uno de tales actos electorales, las autoridades del ramo hagan énfasis, por ejemplo, en la “profunda vocación democrática” de los bolivianos.

Mientras, en otros lados cunde el ausentismo, tal como aconteció en las últimas elecciones primarias en los Estados Unidos -allá el voto es voluntario- en las cuales, de 122 millones del total del electorado, sólo 18 millones de ciudadanos participaron este año, lo cual ha venido a constituirse en un récord histórico merced a esa escasa participación de electores. Analistas del país del norte al respecto sostienen que ello viene sucediendo por la pérdida de confianza en la denominada “clase” política, la fatiga de tanta elección, y que en todo caso particularmente brillan por su ausentismo los jóvenes comprendidos entre los 18 a 30 años de edad, hecho que está erosionando la fe y la confianza del electorado.

Puntualizan además que todo se debe a la mediocridad del discurso político reflejado año que pasa y en cada elección transcurrida, que se expresa en promesas que quedaron incumplidas, tomaduras de pelo, significando por otro lado una especie de cruel ironía los gastos onerosos en la organización y verificativo de tales comicios, dado que semejantes montos económicos pudieron haber sido destinados a otros menesteres, según enfatizan.

Por cierto que lo mismo, aunque quizá con diferentes características, acaece en distintos lugares del planeta. No obstante, en nuestro medio la participación, digamos masiva, se da porque el acudir a un recinto electoral es obligatorio, y de no hacerlo, la persona infractora se verá sometida a una serie de sanciones establecidas. De ahí que en criterio de muchos huelgan los parabienes hacia los que acudieron “patrióticamente” a sufragar en determinada elección. Si no fuera obligatoria, entonces se advertiría la real actitud del votante registrado, que quizá podría adoptar determinadas actitudes, como ocurre en otros lados, dado que los “síntomas” del ausentismo y la abstención, en cualquier sitio, al parecer siempre serán los mismos.

A propósito, se da cuenta que en el mundo el voto obligatorio es minoritario; y en cuanto a nuestra región sudamericana, sucede lo contrario, excepto en Colombia, donde es voluntario, y no pudiendo dejar de tomar en cuenta que el pasado año similar disposición fue adoptada en Chile, lo que -dijeron- “hizo disparar la abstención”. Mientras que en Europa 22 países mantienen la disposición en sentido de que votar es voluntario, y contrariamente sólo en cinco naciones existe esa obligatoriedad.

De ahí que en noviembre de 2013, Ana Pastor escribió en el periódico Opinión, de Barcelona, España, “a mí personalmente me sigue llamando la atención que una acción que se presupone como un derecho sea una obligación en varios países europeos y también en algunos de Latinoamérica. Quienes defienden el modelo obligatorio utilizan además el argumento de que es una manera de reducir la abstención electoral y fomentar la participación”, para añadir luego: “dicen además que puede ser una herramienta para plasmar el descontento social a través del voto en blanco en las urnas, porque no hay duda de que ahí no hay margen de error ni de interpretación: el cabreo es voto en blanco, la abstención puede ser eso, pero muchas otras cosas más”.

¿Usted que piensa al respecto? A no dudarlo, no dejan de tener cierta razón analistas y columnistas que opinan sobre este tema, y sin embargo, entretanto, al conjunto de la sociedad, por la obligatoriedad del caso, sólo nos queda acudir al recinto electoral, pero quizá pensando “¿por qué un derecho tiene que ser obligatorio?

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