Uno de los frecuentes errores en que caen los políticos, escritores, y hasta periodistas, es confundir conceptos que conducen a desorientar la opinión pública a la vez que producir desviaciones históricas en el acontecer nacional.
Uno de esos errores es atribuir a cualquier acto un contenido político y no considerarlo como una actividad partidaria. Se debe indicar que toda acción o emisión de palabras es política, pero al mismo tiempo se debe hacer la diferenciación de fines partidarios, que es algo muy diferente. En ese sentido, acusar una actitud partidaria como política constituye un error y las dos apreciaciones deben ser debidamente evaluadas.
La política es la más alta actividad del pensamiento humano y sólo tiene como algo superior a la filosofía. No debe ser desprestigiada. La política es la expresión de la realidad en todo su alcance y constituye la elaboración más elevada del pensamiento humano, debiendo estar al servicio de la humanidad y del bien, no del mal ni de intrigas personales, oportunismo y odios cavernícolas. La política sirve para construir y hacer avanzar la historia y no llevarla hacia atrás y convertirla en guerra sucia, como ocurre con frecuencia.
La política sufre frecuentemente tergiversaciones y usos equivocados y es utilizada para lanzar insultos, descalificaciones, acudir a las malas artes, mentir, falsear, destruir, dedicarse a asuntos superficiales. Esa degeneración de la política es la politiquería, que inclusive deriva en la actitud barata, que ha perdido el sentido de la realidad; se limita a conceptos abstractos, ambiguos, nebulosos y no puede llegar a los términos concretos.
La política ha desaparecido prácticamente en Bolivia. Ha sido sustituida por la politiquería. Las ideas no tienen valor y los politiqueros se imponen a gritos, codazos, talegazos y otros recursos sucios que algunas veces llegan a acciones violentas. Las luchas partidarias en nuestro país degeneran en politiqueras y carecen de contenido, derivan en lamentables debates llenos de anécdotas, y asuntos secundarios. Los politiqueros giran en torno a sus emociones y no practican el razonamiento y si los tienen los consideran absolutos, pues no los ponen en práctica, que es la única forma en que pueden tener algún valor.
Los politiqueros también degeneran y se convierten en vulgares politicastros, gracias a lo cual imponen puntos de vista genéricos que no se puede refutar y son convertidos en dogmas indiscutibles que degeneran en el fascismo. En ese sentido, al desaparecer la lucha política en su verdadero contenido, emergen los politiqueros y éstos, al verse en dificultades, degeneran en politicastros y se convierten en la “palabra sagrada” que hay que acatar a como dé lugar.
En esos aspectos es preciso retornar a la política, desplazar a los politiqueros y aislar a los politicastros.
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