Por: Clovis Díaz de Oropeza F.
El 21 de mayo de 1781, durante las violentas jornadas del primer cerco indígena a la ciudad de La Paz, montada en briosa mula, apareció la corajuda “Virreyna” , Bartolina Sisa, por la región de Potopoto, hoy barrio de Miraflores. Iba escoltada por una regia guardia india armada de lanzas, escopetas y hondas. Le seguían recuas de acémilas cargadas de alimentos, oro y plata, contenidos en petacas de cuero. Continuaban el cortejo, músicos, danzarines y cantidad de ganado en pie.
La Virreyna de negra cabellera y hermosa vestimenta, aprovechando la ausencia de su esposo, Julian Puma Katari --Tupac Katari-- descendió desde los barrancos de El Alto a la región más o menos plana de Potopoto (Miraflores), deslizándose ruidosamente por las compactas líneas humanas que vigilaban día y noche, a los sitiados.
Sebastián de Segurola, comandante español de la plaza cercada, avisado de aquella pomposa comitiva, planificó capturar a Bartolina Sisa. Alrededor de 400 efectivos entre granaderos con fusiles; vecinos con escopetas; voluntarios de caballería y gente armada con agudas lanzas y tremendas hondas escalaron furtivamente las gruesas paredes de seguridad que rodeaban a la ciudad y excluían, del límite urbano, a la florida región de Potopoto.
Segurola había ordenado capturar a la Virreyna, con el objeto de inducir al temible Tupac Katari, la Sierpe, a una negociación. De inmediato, los alzados cerraron filas en torno a su heroína. “…Los españoles hicieron una gran matanza de indios, pero después acudieron en tal número y con tal denuedo que confundieron a los sitiados, logrando matar entre 25 y 30 personas, entre ellos gente notable que Segurola menciona con nombres y apellidos” (*).
Los defensores de la ciudad, fracasaron en la redada contra Bartolina Sisa, protegida por la multitud indígena que había acudido en su defensa, bajando desde serranías y alturas vecinas de la ciudad. Según cronistas de la época (*), en aquella batalla, los indios capturaron de las fuerzas españolas, sables, fusiles, espadas, pistolas “y la ropa de los muertos a los que les cortaron la cabeza y otras partes ocultas”.
Sirva esta introducción, para tratar el tema: “Ardides y tácticas indígenas de guerra” utilizados por los desplazamientos de la masa india, en el dramático cerco a la ciudad de La Paz, en 1781 y en posteriores escenarios bélicos.
TÁCTICAS DEL CERCO MOVILIDAD
La táctica más aterradora empleada por el líder Katari, en su plan estratégico enfocado a exterminar a las autoridades y fuerzas de la Colonia en el Alto Perú, fue el desplazamiento de grandes masas indígenas por el altiplano paceño. Olas humanas, recorrían la altipampa en cuestión de horas y detenían su esforzada marcha en lo que hoy se conoce como la Ceja de El Alto. Desde aquellas alturas, los sitiadores dominaban el gigantesco escenario. Entonces, Katari movilizaba a sus huestes, hostigando día y noche a Nuestra Señora de La Paz. Desde aquella gigantesca mesa de roca y tierra, los ejércitos tupakataristas bajaban como el viento a las regiones vecinas operando como fuerte tenaza, para tomar la heroica ciudad.
CABEZAS-TROFEO
Pues bien, una de las tácticas psicológicas de fines del Siglo XVIII, empleada por la masa indígena en las cruentas batallas contra el ejército colonial, consistía en cercenar cabezas y “miembros ocultos” de los enemigos muertos en combate, en una especie de mensaje a españoles, criollos, cholos e indios realistas que resistían el asedio.
Luego de la macabra tarea, ya en poder de las cabezas, los rebeldes iniciaban sus danzas y cantos, sin importar la lluvia de balas disparadas contra ellos desde las trincheras. Muy poco valía la vida en esas violentas jornadas.
Cortar una cabeza y mostrarla como trofeo fue costumbre cotidiana en la etapa guerrera del kollado que habitaba en las tierras de la cuenca del lago Titicaca, pero también llevaba el sello de la Colonia. Recordemos a caudillos altoperuanos, ejecutados por el poderío hispano, cuyas testas eran colocadas en lugares más visibles de caminos y poblaciones, como patética advertencia a quienes se alzaban contra el poder colonial.
UNIFORMES
Práctica diaria fue la confiscación de uniformes militares quitados a las fuerzas coloniales. Soldado realista abatido por balas, piedras o golpes de palo del ejército tupacatarista, era desvestido en el acto. Los uniformes militares, fueron utilizados por los aguerridos indígenas, unas veces como atuendo de guerra. Otras como disfraz en los festejos indios que acompañaban la guerra.
Los diarios de campaña de la época relatan que, por ejemplo, Tupac Katari, bajó de El Alto a los extramuros de La Paz, “vestido a la usanza española, con cabriolé rojo (casaca roja), y sombrero de tres picos”, acompañado por decenas de músicos nativos y por cientos de indios silenciosos que, de improviso, irrumpían en espantosa gritería disparando armas y hondas en dirección a los grupos hispanos.
El uniforme de la tropa española vino a ser para los indígenas, preciado botín y quizá, poseerlo significaba ritual para “apropiarse” de la valentía que demostró en vida, el oficial o soldado muerto. “Se ve a los adversarios (indios), subir con gran frecuencia portando uniformes amarillos, colorados y azules que han quitado a los españoles muertos” (*).
El 27 de abril de 1781, gente de Túpac Katari planificó emboscar a la tropa de Segurola. Para lograrlo, envió un mensajero indio con una carta, supuestamente firmada por refuerzos españoles, que estaban en camino hacia La Paz, provenientes de Charasani. En la carta, la pretendida tropa de auxilio en camino, pedía a los sitiados subir hasta El Alto para aunar fuerzas. Los realistas, desconfiados, intimidaron al correo hasta que confesó el ardid. En El Alto, las fuerzas indias, atacarían a la tropa colonial, mientras un numeroso contingente katarista, concentrado en la región de Potopoto, desde el Sur, tomaría por asalto la ciudad de La Paz. En aquel ardid, los indígenas convertidos en actores, “llegaron hasta simular batallas en El Alto, dividiendo a los indios en dos bandos y vistiendo a uno de ellos con los uniformes españoles muertos y cautivos” (*). La treta no dio resultado, pero mostró el espíritu creativo de los sitiadores.
CONTRAMUROS
La Gran Muralla que en 1871, encerraba la ciudad, además de proteger contra los asaltos indígenas, hacía las veces de parapeto y cobijo de los contingentes sitiados. Cientos de indios fueron alcanzados por las balas españolas disparadas desde esos gruesos muros que impedían la invasión, hasta que, a la indiada se le ocurrió una brillante idea: construir similares paredes en sentido paralelo a la Gran Muralla. Con esfuerzo supremo; en la más absoluta oscuridad y en silencio de muerte, los indios preparaban sin descanso, barro y piedras. En apenas horas, antes de la salida del sol, surgían las moles verticales para asombro de los encerrados. Desde ellas, protegidos y casi en igualdad de condiciones, disparaban sus fusiles y hondas nativas contra las trincheras españolas.
Los muros de contraofensiva, posibilitaron que grupos indígenas de avanzada estacionen en los alrededores de La Paz, sin mayor peligro. Fue una táctica inteligente, desde el punto de vista militar. Debemos añadir, que tras los contramuros indios, aún quedaban en pie casas abandonadas, sin techo. La paja había servido de alimento a las bestias de carga que a duras penas, sobrevivían. Esas casas, sin puertas ni ventanas, fueron habitadas temporalmente por la vanguardia indígena y sirvieron de atalaya y puesto de observación contra el contingente militar citadino.
Los parapetos de barro y piedra permitían en las noches, que los rebeldes, barretas en mano, perforaran los muros españoles, buscando sorprender a soldados, oficiales y pobladores refugiados en aquellas trincheras. Casi siempre y a último momento, los boquetes fueron descubiertos y de inmediato sellados.
FERIAS INDÍGENAS
El terrible cerco a la antigua Chuquiago Marka, La Paz, impidió en interminables meses, que la población tuviera acceso a medicinas y alimentos provenientes del exterior de la ciudad. Poco a poco, el sitio fue estrangulando a seres humanos y animales. “Ya se va notando la acción del hambre, por la referencia continua a la salida de mujeres que van de madrugada a buscar algo de comer a las chacras y son atacadas por indios emboscados en las casas quemadas” (*).“Ya se empieza a sentir el doloroso estrago que hacía el hambre entre los nuestros, murieron muchos cada día, y buscando otros su alimento en los pellejos, suelas, petacas y estiércol por carecer de otros alimentos así de carnes de mulas, perros y gatos de que se servían los más de la plebe…” (**). “En la ciudad se van acabando las mulas y caballos por la necesidad del hambre; ya no existen petacas y menos perros y gatos; cada día hay mucha lástima de necesidad de hambre; los muchachos están buscando lacitos y cueros para asar y comer, van por los cenizales a traficar granos que han botado con la basura y así van muriendo por la necesidad que ya no hay cómo ponderar” (*).
Los tácticos indígenas, que conocían perfectamente el estado de hambre de los cercados, con mucha picardía, instalaron ferias agrícolas y se supone de carne, frente a la Gran Muralla y trincheras que rodeaban a la ciudad. Muy de madrugada, decenas de amas de casa, pese al inminente peligro de muerte, encandiladas por las mercancías, salían de sus casas; subían los muros defensivos y cruzaban las profundas trincheras en dirección a las ferias indígenas, arrastrando a hombres y soldados que iban tras de ellas, para cuidarlas. Jamás volvieron. Lo sorprendente y la única explicación es que el deseo de llevar alimento a sus hijos, era superior al miedo a la muerte.
KATARI Y DIOS
Túpac Katari llevaba en su apellido de guerra, el símbolo de la víbora pues, en idioma aymara, “katari” es víbora, sierpe. Apelativo que en la religión católica define al demonio pero que, en el panteón andino, es el principio de la vida y la muerte; es el infinito.
“La Sierpe” utilizaba la religión como táctica sicológica en su entorno indio. Además de una personalidad fuerte y agresiva, Túpac Katari tenía don histriónico para infundir en las huestes indígenas respeto y pánico a su imagen casi sagrada. Diarios del cerco de 1781 testimonian que aquel líder de multitudes, decía ser tan poderoso que dialogaba con Dios, utilizando un objeto que hacía de contacto sobrenatural con el Supremo. Mientras “hablaba” con Dios, Katari se miraba en un espejo ante los crédulos combatientes indígenas. El ardid impactaba con tal eficacia, que los indios sacrificaban su vida, convencidos de que morir por el rey Katari, era boleto directo a la eternidad, sin que ello quite valor a la sacrificada lucha contra la opresión colonial.
Es anecdótica, la captura de sacerdotes de la ciudad de La Paz, para que celebrarán misa en El Alto a favor del caudillo aymara quien, además, había ordenado trasladar las “imágenes de la Parroquia de San Pedro a los santuarios que mantenía en El Alto” (*).
En cambio, no existen documentos ni comentarios favorables a la fundición de campanas de bronce, arrebatadas por los indios a las iglesias de La Paz y de provincias para transformarlas en material bélico. Verdadera herejía en aquellos días.
Sebastián Segurola, “hizo un salida para recuperar las campanas que quedaban en las parroquias de San Pedro y Santa Bárbara (entonces extramuros de la ciudad de La Paz), para evitar que éstas también fueran fundidas por los indios” (*).
La religión católica, enraizada en la masa indígena, tampoco fue obstáculo para que jefes mandones indios, sin que supiera Katari, condenaran a la horca a sacerdotes. . Tal es el caso del padre Barriga, ajusticiado porque “les había dicho misa de Maldición” (*).
INFIDENCIAS
Durante los dos largos asedios --marzo a noviembre de 1781--, el caudillo no desperdició oportunidad para dividir a los pobladores de La Paz, utilizando denuncias escritas, sobre una supuesta infidencia entre las autoridades peninsulares y criollas. Según el contenido de las misivas firmadas por Katari, que llegaban vía Iglesia de San Francisco, hispanos y criollos mantenían correspondencia con su persona. Katari parecía conocer, tal vez por sus espías, las contradicciones entre las principales autoridades nacidas en la vieja España y los españoles nacidos en el Alto Perú y actuaba en ese marco, creando un ambiente de inestabilidad y desconfianza. Sirvan de ejemplo, las constantes disidencias entre el Comandante Sebastián Segurola (hispano) y el Oidor Francisco Tadeo Diez de Medina (criollo).
Varias cartas, dictadas por Katari a su escribano Bonifacio Chuquimamani, llevaban ese propósito: infundir desconfianza, sembrar discordia y desconcierto en los defensores.
Cabe agregar que algunos oficiales realistas utilizaron por vez primera, el calificativo “tupacatarista” de manera despectiva contra criollos sospechosos, nacidos en La Paz.
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