La fuerza de los suicidas
Masada, la historia de esta célebre fortaleza judía se remonta a la era precristiana, allá por el año 70 antes de J.C. cuando esta meseta era un discreto refugio de algunos grupos huma-nos nómadas, sin llegar a poseer la importancia que tendría un siglo más tarde. 35 años antes de J.C. tras la conquista roma-na de Judea por Pompeyo, Herodes el Grande, rey de Judea, utilizó la meseta de Masada para erigir una formidable fortaleza para albergar a su madre Cypros, su prometida Mariamne y su hermana Salomé, ante la inminente invasión parta a este territorio. En Roma, Herodes consiguió el apoyo de Marco Antonio y Octaviano y los partos se vieron obligados a dejar la ciudad, una vez controlada Judea, enfrentó una guerra civil protagonizado por los judíos que detestaban a Herodes por su origen idumeo y por restablecer el dominio romano.
Asediado, se retiró a la fortaleza que es-taba protegida por una muralla de 37 to-rres; la cima de nueve hectáreas de super-ficie había sido provista de todas las co- modidades, lujosos baños, columnas y paredes ricamente adornadas de frescos de vivos colores, contaba también con va-rios depósitos de provisiones y agua. La fortaleza estaba por tanto preparada para resistir un sitio prolongado. Allí, en cómodo aislamiento y completa seguridad, Hero-des gozó de una existencia regalada hasta su muerte, ocurrida cuatro años antes del nacimiento de Cristo.
Años después, en septiembre del 70 d.C. dio comienzo la primera guerra judeo-romana, Israel se hallaba bajo el dominio del Imperio Romano, que gobernaba con leyes injustas y exigía el pago de fuertes impuestos, sumado a estas imposicio-nes, las tensiones religiosas entre judíos y romanos, lle-varon a que los israelitas se rebelaron y el Emperador envió a Tito Flavio Vespa-siano con un poderoso ejér-cito de 80.000 hombres para someter a los rebeldes. Al cabo de cuatro años de combatir la insu-rrección fue aplastada, los romanos sa-quearon y prendieron fuego a su famoso templo, arrojaron a los niños a las llamas y embarcaron a Roma a los sobrevivientes, donde los pasearon encadenados por las calles.
Después de esta terrible derrota, mu-chos judíos se dispersaron, pero los “ze-lotes” (celosos de Dios) y esenios, miem-bros de una secta judía, acaudillados por Eleazar-ben Ya’ir que habían jurado luchar hasta la muerte, se refugiaron con sus fa-milias en Masada, convirtiendo las ruino-sas estancias de la ciudadela otra vez en una fortaleza. Habían acondicionado alma-cenes para guardar trigo, leguminosas, aceite, dátiles y vino. Los ca-nales excavados en la roca calcárea capturaban y con-ducían el agua de lluvia a las cisternas subterráneas. Los rebeldes compuestos por u-nas mil personas, incluyendo mujeres y niños estaban pre-parados para resistir por bastante tiempo el ataque de los romanos.
Preocupado por este grupo de rebeldes atrincherados en Masada, el general romano Lucio Flavio Silva, ordenó marchar hacia la fortaleza, dispuesto a sitiarla y tomarla por las armas. La tarea fue confiada a los 5.000 solda-dos de la famosa Décima Le-gión, tropas auxiliares y es-clavos judíos. Silva mandó construir un muro de piedra alrededor de la fortaleza para que los sitiados no pudieran escapar. Después miles de esclavos le-vantaron durante días y noches, soportan-do el calor infernal del desierto una rampa que llegaba hasta el tope del elevado mon-te donde estaba edificada la fortaleza. Los zelotes resistían con valor y energía lan-zando desde lo alto dardos y piedras a sus enemigos. Esto enfurecía a Silva, tres me-ses después de haberse iniciado la cons-trucción de la rampa, llevando miles de toneladas de tierra y piedras y siete meses después de iniciarse el asedio, ordenó el asalto final a la fortaleza. Se había empla-zado un enorme ariete que empezó a mar-tillar implacablemente las murallas de Ma-sada, mientras los romanos avanzaban inclinados con sus escudos sobre sus es-paldas, resguardándose de las flechas y piedras que llovían desde lo alto. También habían construido una torre alta de donde los romanos disparaban sus flechas a los sitiados que se defendían sin descanso de la arremetida enemiga.
Eleazar-ben Ya’ir, jefe de la resistencia, haciendo supremo esfuerzo tomaba opor-tunamente medidas de emergencia en favor de los suyos, sabía que el final esta-ba próximo. El ariete finalmente logró abrir un boquete en la muralla de la fortaleza y cuando los legionarios penetraron por la brecha descubrieron que había otra mura-lla erigida con capas alternas de piedra y madera, entonces Silva esperó la noche y envió a un grupo de hombres llevando an-torchas para incendiar la muralla interior, que comenzó a arder rápidamente.
Dentro de la fortaleza, los defensores conscientes de que el asalto final del ejér-cito romano llegaría con el nuevo día, adoptaron una resolución terrible: antes de morir a manos enemigas o caer como es-clavos, se exterminarían en-tre ellos, amontonaron sus pertenencias y las quema-ron; en seguida Eleazar-ben Ya’ir reunió a sus compañe-ros y les dijo:
“Antes de morir dejemos que el fuego consuma toda la fortaleza. Será un golpe terrible para los romanos, que hallarán nuestros cuer-pos a salvo de sus cadenas y no cogerán un solo adarme de botín. Dejemos intacta una sola cosa: nuestras pro-visiones, pues darán testi-monio de que no hemos pe-recido por falta de alimentos, sino porque hemos preferido la muerta a la terrible esclavi-tud”.
Conmovidos por las ardientes palabras de Eleazar, sus compañeros, los 960 de-fensores sitiados se juramentaron para suicidarse en masa. Cada uno se despidió de sus familiares y amigos, enseguida ex-terminaron a sus mujeres e hijas, luego que hubieron dado a muerte a todas, diez hombres fueron elegidos para matar a sus compañeros y, sortearon el nombre del hombre de aquel de ellos que habría de quitar la vida a los otros nueve. Cuando el que quedó vivo se hubo asegurado de que todos estaban muertos, puso fuego al pa-lacio real y, con todas sus fuerzas se hun-dió en el pecho la espada.
A la mañana siguiente, la Décima Legión romana, al son de las tubas, se lanzó al asalto confiada en la victoria, sin embargo, a Masada envolvía un silencio sepulcral, donde reinaba sólo la muerte, los romanos se toparon con ruinas humeantes y cuer-pos sin vida y no pudieron menos que ma-ravillarse de tan atroz resolución y despre-cio a la muerte que los sitiados habían demostrado.¡Masada prefirió morir antes que rendirse!
Sólo fueron capturadas dos mujeres con sus niños, ocultos en un pozo, quienes contaron esta terrible historia a los sitiado-res.
Pasaron los siglos y la fortaleza aban-donada fue desmoronándose y su nombre pasó al olvido, así hubiera continuado en-vuelto en reverente misterio, gracias a in-quietos investigadores, arqueólogos y tras una serie de excavaciones Masada volvió a la vida y hoy constituye uno de los prin-cipales atractivos turísticos de Israel.
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