Sergio Ferrari
Seis millones de niños de menos de 5 años mueren cada año. La mitad de esas muertes sería evitable. Drama estrechamente ligado al maltrato a las mujeres.
No se podrá derrotar el drama de la mortalidad infantil sin reducir las desigualdades crecientes que atraviesan el planeta, y entre ellas las que subsisten entre los hombres y las mujeres. Tal es la premisa principal del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, expresada en un reciente mensaje hecho público esta tercera semana de septiembre, al presentar una guía para luchar contra este flagelo.
Cada año mueren seis millones de niños de menos de cinco años en el mundo. Cifra que equivale a la población total de naciones como Nicaragua, Noruega o Nueva Zelandia. Drama que se podría evitar parcialmente si muchos Estados reconsideraran sus prioridades sociales.
Realidad doblemente cruel. Al menos el 50 % de esas muertes podría evitarse, según las Naciones Unidas. Entre las causas principales: la desnutrición, neumonía, malaria, diarrea, y otras enfermedades contra las que ya existen vacunas. “El hecho de que hayamos fracasado en tomar las medidas necesarias para proteger a nuestra infancia de muertes evitables constituye una violación grave del derecho a la vida de los niños”, subrayó Zeid Ra’ad Al Hussein el tercer jueves de septiembre en un comunicado público.
Denunciando esta situación, el máximo responsable de los Derechos Humanos de la ONU interpeló a los Estados, a quienes considera como los principales responsables en asegurar la vida y el bienestar de la infancia. El escalón primero -y tal vez principal- es el establecimiento de planes efectivos para confrontar la mortalidad infantil en los primeros años de la vida. Sin olvidar el mejoramiento del acceso a los servicios de base, en particular al agua potable y a la asistencia médica.
Según el Alto Comisionado, las desigualdades de todo tipo están en el origen de ese tipo de mortalidad infantil que podría prevenirse. Uno de los problemas esenciales es el de las injustas relaciones entre hombres y mujeres. Entre ellas algunas prácticas tradicionales como la mutilación genital; los matrimonios forzados y precoces; la violencia conyugal; la estigmatización y discriminación de todo tipo.
“Desde el punto de vista de los derechos humanos, es evidente que se imponen reformas políticas”, enfatizó Zeid Ra’ad Al Hussein. Asegurando que una política realmente basada en los derechos esenciales de las personas implica que los Estados inviertan en los sectores esenciales de la salud y la educación, en la autonomía de las mujeres y en particular, en las comunidades que son marginalizadas y fuertemente vulnerables.
Insistiendo que las inversiones públicas deben mejorar la protección, preservación y respeto a los niños. Ellos “son nuestros recursos más preciosos. No podemos de ninguna manera que sean al mismo tiempo nuestros recursos más vulnerables”.
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