Erick Fajardo Pozo
Me da igual repugnancia escuchar hablar de los exiliados al gobierno que a su oposición. Más allá de las calumnias de unos y las evocaciones hipócritas de otros, la partidocracia residual comparte en pleno la satisfacción por la ausencia de un millar de dirigentes de la resistencia autonómica al régimen Morales y el vehemente deseo de que jamás retornemos.
Los exiliados no somos actores ni electores, somos una evocación retórica, apenas un lugar común en el discurso de candidatos condenados a ser actores de reparto en la anunciada reelección cocalera. Ya hace tiempo ellos aceptaron ser la coartada del régimen y mantener una existencia vegetativa funcional, avalando, a cambio del dudoso honor de unos cuantos curules, la reedición periódica del fraude electoral cual garantía de una democracia que ya no existe.
Somos los expatriados a fuerza de prosecución político-judicial digitada desde el “gabinete jurídico” del Ejecutivo y proscritos por cargos de “corrupción” y “terrorismo” siendo que nuestro único crimen fue combatir en las calles y negarnos a secundar en las ánforas la reiterada impostura electoral que sostiene a Morales.
“Amnistía a los perseguidos” es uno de cinco temas que la receta Greenberg, Carville & Schrum le dijo a la oposición residual que no podría eludir en su discurso. De ahí que, de Del Granado a Quiroga, todo el alfabeto candidatesco repita, a voz en cuello pero sin convicción, la consigna del “cese de juicios políticos a los exiliados y perseguidos”.
En pasados comicios nacionales, ya con “veto” a la oposición, golpiza a candidatos en comunidades rurales y control sindical dentro los recintos de sufragio, la oposición logró 28% en 2005 y 27% en 2009. Hoy, con la oposición en el exilio y una justicia electoral incondicional al Ejecutivo, la más optimista encuesta le da 14%, 7% y 3% a quienes a distancia siguen a Evo y ninguna perspectiva de llegar, ni aun todos juntos, a un 25%.
Somos la muletilla proselitista de esa otra “oposición” que coadyuvó con nuestro destierro. Y si bien en el discurso formal nos nombran, a fuerza de disciplina estratégica, el candidato del 14%, al ser confrontado con la opinión adversa a los comicios de los exiliados, no se abstuvo de hablar de “autoexilio” y sugerir que el destierro es una posición “cómoda” para hacer oposición.
Es inaceptable que quien se reeditó en la partidocracia y la explotación del cemento a título particular por 25 años, hable de quienes purgamos destierro por resistir el derrocamiento de las democracias prefecturales y municipales, el despojo económico departamental y la sangrienta represión en las regiones periféricas al poder entre 2005 y 2009. Peor aun cuando, desde una Asamblea Constituyente prorroguista y un Parlamento “levantamanos”, fueron cómplices del sofocamiento de esa autonomía en la que veían una amenaza mayor que la del gobierno a su estéril letargo burocrático subvencionado por el Estado.
Los exiliados no tenemos candidato, pues somos conscientes de que nuestro voto, administrado por un sistema institucional e informático fraudulento, no tiene incidencia política real.
Apenas el 49% de los bolivianos, según estudio de Barómetro de las Américas publicado por Erbol, confía en las elecciones y el resto no cree que estas elecciones cambien algo ni siente que estos comicios resolverán la inseguridad, el narcotráfico, la corrupción o la crisis energética que asoman. Temo que -más allá de la instintiva propensión al sufragio- todos compartimos la sensación de que el país va hacia una economía sustentada en el narcotráfico y una sociedad criminalizada por la presencia de los capitales de la droga y su andamiaje de delincuencia.
La condición de exiliados nos priva de derechos políticos, pero no del derecho a la opinión que asiste a cualquier boliviano. La única diferencia es que nosotros hemos superado la fase de negación y estamos listos para enfrentar que el MAS no se va y que todos los comicios habidos y los venideros fueron y serán ceremonias de ratificación a la que asistiremos sin perspectiva de cambio y por mero reflejo electoral.
El autor es exiliado político.
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